Ya desde antiguo, se oraba con la Palabra y se escuchaba la palabra en la
oración. Se puede ver la descripción de esta práctica de la comunidad creyente leyendo
el capítulo 8 del Libro de Nehemías. Tal método, que prevé la lectura, la
explicación y la oración, se convirtió en la forma clásica de la oración. Decían que la Palabra era la Presencia de Dios en la creación,
Presencia que el hombre hacía suya con la lectura, la meditación y la oración.
Este método ha sido adoptado por el cristianismo y es común a todos los Padres
de la Iglesia de Oriente y Occidente. El Nuevo Testamento no describe este
método, pero sí da testimonio de él en diversos lugares. 2 Tim 3,14-16.
Generaciones de cristianos
continuaron orando así. Todos los Padres de la Iglesia de Oriente y de
Occidente practicaron este método de la Lectio divina, invitaron a los creyentes a
que hicieran otro tanto en sus casas y les entregaron esos espléndidos
comentarios de la Escritura que eran fruto suyo esencial.
¿Qué decir, luego, de los monjes, concretamente
de San Benito de Nursia? Éstos la convirtieron en el centro de su vida en sus
desiertos y sus monasterios, llamándola «la ascesis del monje», su alimento
diario. Estaban seguros de que «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda
palabra que viene de la boca de Dios» Deut 6,3 y Mt 4,4. En cierto momento,
sintieron incluso la necesidad de fijar por escrito el método, con el objeto de
ayudar a los principiantes a esta adquisición de la Palabra en el Espíritu que
no sólo santifica, sino también diviniza.
Orígenes, Jerónimo, Casiano, Benito de Nursia, San Bruno, Bernardo de Claraval y tantos más, fijaron la manera
de practicarse este camino de oración llamado Lectio divina, estimulando la fe de
los creyentes a recorrerla como ese inigualable diálogo íntimo con Dios.
Hasta el siglo XIII,
este método alimentó la fe de generaciones enteras, y Francisco de Asís lo
practicó todavía con constancia. Pero luego, en la baja Edad Media, se asistió
a una deformación de la lectio divina con la introducción de las «cuestiones» y
de las «disputas». Son los siglos de eclipse de esta oración los que abrieron
el camino a la «devoción moderna» y a la «meditación ignaciana», oraciones más
introspectivas y psicológicas. Sólo en los monasterios y entre los Servitas de
María se conservará en su integridad, para reaparecer finalmente propuesta por
el Concilio Vaticano II en la Constitución Dei Verbum, diciéndonos: “La
iglesia recomienda insistentemente a todos la lectura asidua, la
lectura constante de la Escritura, para adquirir la ciencia de Cristo”.