TRATAMOS DE VIVIR CONSTANTEMENTE EN FE ADULTA.
¿Y qué es fe
adulta? Fe adulta, es aquella que no se basa en la emoción, que hoy
está, y mañana ya no, sino en esa convicción, en esa certeza de que
aunque algunas o muchas veces, no sienta su “Presencia”, Él, “no se va”.
Y esa fe adulta, nos va llevando a vivir, en los brazos del Padre
Celestial, repitiendo sin cesar en nuestro corazón, una parte de la
oración de Carlos de Jesús: “Yo no sé nada Padre mío, solamente sé que
me amas, entonces quedo en silencio, y haz de mi lo que quieras, porque tú me amas, porque tú eres mi Padre”.
Aunque la oración es gracia, es también un arte, que más que nunca el
ser humano del siglo XXI necesita desarrollar, para recuperar el encanto
de la vida, para recuperar el encanto de sí mismo y sobre todo, para
recuperar el encanto de Dios. En la oración callada, llena de silencio
amoroso y de soledad que recrea y enamora, –como dirá San Juan de la
Cruz-, encontramos a nuestro Dios, y nuestro Todo. Encontramos al
Sentido, así con mayúscula, por el cual despertar cada mañana, por el
cual luchar, trabajar, perdonar y comprender, por el cual amar y ser
solidarios y misericordiosos.
Con toda esta pedagogía progresiva,
gradual, quienes han estado o están en los “Talleres para saber vivir”,
automáticamente, van recuperando la alegría de vivir, superan la
depresión, la sensación de desaliento, se dan cuenta que la tristeza no
hace falta y simplemente la cambian por el amor a sí mismos, por la
solidaridad con todo ser vivo, por la alegría de vivir; asumen con
sabiduría y paz su historia doliente, y toman de la mano de Jesús, y
María, su vida con responsabilidad y más salud mental y hasta física en
algunos casos, sobre todo aquellos, en los que la enfermedad se originó
por guardar resentimientos y odio, en el interior por falta de perdón
incondicional.
Finalmente, el objetivo fundamental de los
“Talleres para saber vivir” es que la persona, se ame así misma
INCONDICIONALMENTE y se deje amar por Dios, se vuelva o se convierta, a
su único Dios, y de la mano de Jesús, y de María, vaya convirtiendo su
inconsciente o subconsciente, su profundidad, en un “lugar habitable”,
apacible, lleno de luz, lleno de vida, en donde sólo Dios habite, en
donde sólo la paz, la bondad, la misericordia, la humildad, la limpieza
mental, la obediencia a la Palabra de Dios, la perseverancia, la
paciencia y el dominio propio entendido como buena voluntad, para
realizar lo que se tenga qué realizar, vayan siendo los instrumentos por
los que la persona misma, cada vez sea más feliz, es decir, que sufra
menos, que se experimente plena, solidaria, a pesar de todo cuanto pueda
sobrevenir en su vida, y vaya a su familia, a decirle a los suyos, no
con palabras sino con hechos, que Dios está vivo en el corazón del
hombre, que no lo ha olvidado, y de ahí, la sociedad en la que se
desenvuelva, podrá presentirlo también.