martes, 17 de abril de 2018

Ammas del desierto mujeres valientes




Mujeres cristianas de los siglos IV y V, fundadoras de algunas de las primeras comunidades femeninas. Amma, término utilizado para designar a una “madre espiritual”, es el equivalente de abba, nombre que se da al “padre espiritual”. Amma, se refiere a la capacidad de ser para los demás un “despertador” espiritual de otras personas y que no precisamente fueron ni monjas, ni superioras.


 


Aún cuando la vida de estas madres del desierto ha sido descubierta hace poco, sus biografías y sus historias son un tesoro de sabiduría que revela el rol fundamental que desempeñaron en la fundación del monacato.



“Mujeres sabias, portadoras del Espíritu y estudiosas de la Escritura, las amma del desierto pusieron sus virtudes y sus dones al servicio de los demás. Enamoradas de Dios, del desierto, de la oración y de la creación de Dios, fueron auténticas guías espirituales para todas las personas, hombres y mujeres, que las necesitaban. Esta es una herencia para todas las mujeres de hoy, una herencia que necesitamos conservar porque es parte de nuestra historia además de un estímulo para el futuro”. Nuria Calduch-Benages –filósofa cristiana católica-.




Las Madres, vivían en el desierto, una vida ascética y dura, hace muchos siglos, vida que nunca ha perdido su frescura y actualidad. Ellas nos muestran el Rostro de Dios y su amor que les hace dejarlo todo por Él, siendo así un gran ejemplo para nuestras vidas tan inundadas de ruidos ensordecedores, tanto egoísmo y cerrazón, que nos impide escuchar la Voz de Dios, la Voz del Amor Verdadero, la voz también de los más necesitados.


 


Estas Ammas del desierto fueron superando todas las barreras y obstáculos, saltaron sin miedo al mundo desconocido del desierto para buscar a Dios sin que nada las pudiese hacer volver atrás en su firme resolución y como Pablo de Tarso decían: “¿Quién me separará del amor de Cristo?¿La espada, el hambre, la desnudez? pues en todas estas cosas salimos triunfadores por medio de Aquél que nos amó. Porque estoy seguro que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles ni los principados ni las potestades, ni altura ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”.



El desierto es lugar de la revelación de Dios pues es ahí donde se escucha por la fe adulta, a Dios que habla al corazón por eso Él mismo dice a través de su profeta: “Le seduciré, le llevaré al desierto y le hablaré al corazón” Oséas 2,14.







Meditar es asistir a este fascinante y tremendo proceso de muerte y renacimiento. Gracias a la meditación en silencio, en el interior del ser, cuando es hecha con sinceridad de corazón, con la intención de cambiar lo que nos destruye activando con la gracia de Dios tanto don que ya el Señor depositó en nuestro neocortex, en nuestro ser, entonces “El deseo de luz produce luz. Hay verdadero deseo cuando hay esfuerzo de atención. Es realmente la luz lo que se desea cuando cualquier otro interés egoísta está ausente. Aunque los esfuerzos de atención fuesen durante años aparentemente estériles, un día, una luz exactamente proporcional a esos esfuerzos inundará el alma. Cada esfuerzo añade un poco más de oro a un tesoro que nada en el mundo puede sustraer”. Simone Weil (filósofa cristiana)







Estas mujeres que vivieron en el desierto, son un don de Dios, una gracia personal en esas mujeres para enseñar, y en los que les escuchaban o les veían actuar. El que enseña es Dios fundamentalmente pero como María Santísima, hay que permanecer en el desierto del corazón, en el silencio que calla para aprenderlo todo de Él. Es a Él a quien hay que escuchar porque sencillamente es la mejor parte de la vida y es el mayor sentido de existir.  Ellas que practicaron la ascesis, que hicieron ese arduo trabajo interno para llegar a ser más como Jesús, llegan a la experiencia de la suavidad de Dios y hoy llegan también a nuestro corazón.







El desierto favorece una oración continua, afectiva, enamorada (como el camino a través del desierto del pueblo de Israel, al que los profetas lo llaman “noviazgo” del pueblo con su Dios), y que es algo común en las Ammas. En un apotegma anónimo de una de ellas dice: “Quien ama, recuerda siempre lo que ama”. Es el recuerdo amoroso de Dios alimentado con la meditación de Su Palabra lo que transforma el corazón. Este estado orante determina el estar siempre conscientes interiormente de quién nos habita: Dios y así, “aún en medio del mundo -como dirá Amma Sinclética- vivir en la soledad y silencio del corazón para perseverar siempre atento a la escucha del Amor”.






Amma Sinclética decía que “Si te retiras al desierto, trata primero de callar tus pensamientos, pues aunque estés en total silencio si permites en tu interior un gran ruido de pensamientos que van de aquí para allá, será como cuando andas de compras en el mercado. Sin embargo, puedes estar en el mercado, como si estuvieras en el desierto en silencio y en reposo en tu corazón, si antes has acostumbrado a tus pensamientos a centrarse sólo en el nombre de Jesús y en vivir en el Amor”.






Esta espiritualidad es decir, este estilo de vida, esta forma de pensar, lleva a la hesychia, es decir, a la paz, al reposo, al silencio, a la dulzura de la unión con Dios que necesariamente hemos de concretar en hechos de amor en nuestra vida diaria. Hemos de orar con el corazón no deseando nada más que ser amor de Dios para todo ser que respira pues dice San Juan que quien dice amar a Dios a quien no ve y no ama a su hermano a quien ve, es un mentiroso.




Este movimiento de la hesychia, tiene su origen según la tradición primitiva, en la escena del evangelio donde Juan reposa su cabeza en el pecho del Señor en la Última Cena, escuchando los latidos del Corazón de Cristo. Ellas, las ammas del desierto, desde el Corazón de Jesús es que se enfrentaron a toda batalla, a toda crisis, a todas sus emociones, a todo lo que un ser humano siente y por ello salían siempre victoriosas, pero recordemos que todo fue con mucha paciencia y constancia.







Por último te compartimos cuando Amma Sinclética sabiendo del temperamento humano y del carácter que hemos ido mal formando porque no fuimos a una escuela de sabiduría y nuestros padres hicieron lo mejor que pudieron, dijo: “No hemos de enojarnos, pero si esto sucediese, no te ha sido concedido ni siquiera un día más para permanecer en ese enojo, porque está escrito: "Si se enojan, no pequen. No permitan que el enojo les dure hasta la puesta del sol"
  (Ef 4, 26). Tú, en cambio, esperas el día entero cuando no estás seguro de llegar a la noche? ¿Por qué odias al hombre que te ha entristecido? No es él quien te ha ofendido, sino tu forma de verlo así. Dios no odia a nadie. No odies a nadie tú tampoco”.






Amma Sinclética también nos enseña a tener infinita paciencia, sobre todo para no dejarnos llevar de una desbordante alegría al acercarnos al Señor y luego vernos llenos de luchas y fatigas. “Del mismo modo que quienes quieren encender un fuego al principio el humo les hace llorar pero es alimentar sus sentidos, eso que llamamos mundo, lo que buscan; en efecto se nos ha dicho que nuestro Dios es un fuego devorador (Dt 4, 24)-, así nosotros hemos de encender en nuestro interior el fuego divino no precisamente entre rosas, sin con constancia, muchas veces en medio del dolor”.







Nos queda pues claro, que la vida es el lugar del “combate”, el interior humano es el centro de batallas, luchas, crisis, que si las afrontamos con fe adulta, con buena actitud,  nos irán forjando en seres humanos menos cobardes, menos miedosos, más estables, siempre constantes en todo aquello que nos forma y nos dignifica, si sabemos cómo luchar, desde su Amor, desde su Gracia, desde el querer cambiar de verdad, desde la Lectio Divina, con ese ejemplo inigualable de María Nuestra Madre.











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