Sobre la oración del corazón
o también llamada por los padres y madres del desierto:
o también llamada por los padres y madres del desierto:
Queremos comenzar
este mensaje diciéndote que hoy sabes ya que aún en los momentos más dolorosos,
en los momentos más difíciles de tu vida, no estás nunca sólo, sola. Sabes ya
que lo único que necesitas es correr a los pies del Señor, que lo único que
necesitas es esperarlo todo de Dios y de ti y que no tienes que buscar nada ni
a nadie más que a Dios en tu corazón, porque sólo con Él en tu corazón podrás
amarte, perdonarte y sabes que si te amas a ti mismo a ti misma entonces podrás
amar y comprender y perdonar aún al más difícil, al más rebelde, al más vacío,
porque tu ser está cimentado sobre la Roca firme es decir, porque el centro de
tu vida, el rey de tu vida, la motivación de tu diario vivir es el Padre
Celestial, es Jesús, es su Amor.
Primeramente necesitas conocer al Señor, saber quién es Él y cómo
su fidelidad es eterna, no falla. Nadie puede amar al Señor Dios sin conocerlo
y sólo será desde dentro de El mismo que le conocerás y podrás decirle a los
demás, quién es Dios. Y Jesús el Señor,
nuestro Amado divino, será quien nos enseñe el camino para conocer al Padre
Celestial.
Los evangelistas en más de 20 textos, dan testimonio de que Jesús
el Señor tuvo la oración, esos tiempos preciosos de unión con su Padre, como lo
primero a realizar dentro de todo lo que él hacía y aún más, escucha bien:
Jesús el Señor nunca salía de la oración las 24 horas del día, es decir, nunca
salió de Dios mismo, de su Padre.
Hay personas que dicen que les cuesta trabajo entrar a la oración,
pero ¿quién les dijo que había qué entrar y sobre todo que había que salir de
ella? Más bien necesito, necesitas tú que escuchas vivir en la oración y la
oración es Cristo mismo orando en el interior de cada ser humano y el Señor es
fiel, el no se ausenta de mi, de ti ¡No!
Somos tú y yo quienes por preferir vivir una vida superficial nos
salimos de Dios, nos salimos de Jesús y por no cuidar la gracia de la Presencia
de Dios en mi, en ti, día y noche es que me quejo, te quejas de arideces...de
impotencia para orar....de que no puedes orar.
En realidad lo que nos enseñó Jesús con su vida es que oremos en
todo momento aún mientras trabajamos es decir, que mientras hagas las
actividades que tengas que realizar durante el día, durante toda tu vida, en tu
corazón, en tu mente, permanezcas sólo,
sola con Dios, en el silencio y la soledad de tu ser, en callado amor, en
atención amorosa y sosegada como dirá Juan de la Cruz.
Para ello te
recomendamos alimentar tu ser cada mañana en la lectura de la Palabra de Dios, mínimo
una hora. No importa si comienzas con inquietud, con lucha, con desgano, pues
como dirá Ignacio Larrañaga ese gran espiritual, “Ora sin ganas para que vengan
las ganas” entonces tu ser se experimentará lleno y tendrás materia suficiente
para que tu desierto interior se convierta en oasis de luz, de libertad
interior, de fortaleza, de alegría verdadera, de paz, de amor.
¿Sabes? La oración
profunda y sencilla a la vez, esos momentos fuertes y preciosos con Dios, lejos
de arrancarte del mundo te permitirán realizar como te dijimos antes, tus
actividades con más madurez, con más fortaleza con verdadera alegría y te
acercará sinceramente a todos aquellos, aquellas a quienes Dios tu Señor ponga
en tu camino.
El objetivo de la
oración es transformar al ser humano en Jesucristo es decir que el ser humano
envuelto de la Presencia de Dios, con la gracia que recibe, se vuelve más
humano, y mientras más humano más divino y mientras más divino, más humano, y
su mente y sus pensamientos comienzan a ser más como los de Jesús.
El ser humano, al
experimentar el amor del Padre por medio de Jesús, alimentado por su Palabra y
envuelto en el abrazo de Dios va caminando, va caminando por esta vida seguro y
confiado en aquél que le alimenta día tras día con su ternura y su paz, así
pues, será necesario que quieras orar. Es vital para ti que escuchas, es
cuestión de vida o de muerte. Y ¿sabes? Cuanto menos oras, menos ganas tienes
de orar, y cuanto menos ganas, tienes de orar, menos oras. Es un círculo
vicioso que te va atrapando. Si tu vida interior había sido muy intensa en
algunos años, puede que por un tiempo sobrevivas con las reservas, pero después
te irás secando, te irás enfriando y lo más terrible, quizá vayas acomodándote
al mundo vacío y superficial tanto que aunque mueras en tu interior, prefieras
llenarte de apegos, que te amarren con tal de no entrar en la lucha diaria de
la conversión.
También es importante que aceptes que el gusto no es criterio para
dirigir tu vida. Quien habrá de dirigir tu vida si quieres madurar como hijo,
como hija del Padre Dios, es la fe, pues por la fe, harás o dejarás de hacer
cosas que te convienen o no te convienen, que te ayudan o no te ayudan y que
hacen el bien o hacen daño a los demás.
Así que para tener
el hábito de la oración, la gracia de la oración, necesitas querer y el Señor
Dios no te va a obligar a nada, pues el te hizo libre, por eso dice en su Palabra: “Hoy pongo delante de ti,
el bien y el mal”. Y tú que escuchas, qué escoges el día de hoy, en este
instante? Toma pues la firme
determinación de orar, de retirarte como Jesús el Señor a lugares solitarios
para estar con el Padre Dios ante su Palabra
y al levantarte de ahí, ora en tu corazón día y noche para desde ahí
perdonar, comprender, echar siempre el manto de la ternura y la compasión a ti
mismo, a ti misma y a los demás. Sería buscar tu propia muerte interior si
eliges alimentarte de mucho hablar mundano y criticando a los demás, o ir de un
programa televisivo a otro y a otro o si escoges escuchar mensajes musicales
que te dejan sabor a sensualidad consintiendo que el consumismo te haga presa
fácil y caigas en el abismo de la dispersión, del desasosiego al grado de
enfermarte de ceguera, sordera y parálisis espiritual.
Hoy el Señor te dice: “Mantente despierto y ora sin cesar”. Necesitas
querer orar. No importa si tienes deseos o no, lo importante es perseverar,
perseverar, perseverar en el amor de Dios. Sí, lo que importa es perseverar. Y
ciertamente la oración es gracia pero también necesita del ser humano, de su sí
y el Padre ha querido amarte y que le ames en ese estar presente, atento
atenta, enteramente, completamente, el
Padre y tu. Dios y tú, en la fe que muchas veces no será sentir sensiblemente
la presencia de Él sino sencillamente saber que El te ama incondicionalmente,
así como eres.
El ser humano,
como ser creado por Dios, lleva en sus propias entrañas la sed de quien lo hizo
y esto nos demuestra que el ser humano, yo, tu que escuchas estás hecho, hecha
para la oración. Tu verdadera naturaleza es la oración y cuando no desarrollas
la oración en ti, por eso vives angustiado, miedoso, infeliz, pues sólo en la presencia
de Dios, hallarás tu verdadera identidad. Dios te llama ahora mismo a
mantenerte despierto para orar sin cesar. Dios te llama a la soledad con Él. Te
llama a entregarte íntimamente a Él, creyendo
en su Palabra, confiando en Él en lo profundo de tu ser, en el silencio
de tu mente y corazón.
No lo dudes. Cree que tú que escuchas, estás llamado, llamada a
permanecer en Él cuando el silencio se llena de oscuridad y estrellas; estás
llamado, llamada a no respirar más que su amor silencioso y convertir tu ser
entero en silencio para que él lo posea y lo llene las 24 horas del día de su
fuerza y de su alegría, así que da gracias al Padre celestial, porque te ha
invitado a ser testigo de la infinita misericordia de Dios.
A la soledad no
irás para obtener cosas o para pedirle al Señor que se haga tu voluntad. No.
Más bien irás a la soledad para fortalecerte en tu decisión de mantenerte día y
noche en su presencia y te retirarás a tus momentos fuertes con Él, para dejarte transformar para que Él que sí puede,
haga de tu corazón un corazón que ame como el de Jesús, pues el fin de esta búsqueda constante e
insaciable es que él sea adorado, y nada más.
El adorador
cristiano, el buscador de Dios, es ese hombre o mujer que está siempre atento a
Dios, cuidando que sólo Dios sea el centro de su vida en medio de su estado de
vida, en medio del ruido, en medio de todo. El adorador cristiano, el buscador
de Dios, no se busca a sí mismo sino que busca sinceramente al Señor que vive
en Él, siempre viviendo su soledad interior, para Él, prefiriendo el amor al
egoísmo descansando siempre en la humildad de Cristo teniendo la esperanza de
que Dios le proteja de sí mismo a cada instante.
Y la oración nos
hace capaces de amar como Dios nos ama. Y se ora mejor cuando la intención es
recta, sincera, humilde. Se ora mejor cuando el espejo del alma está limpio.
Limpio de toda imagen sencillamente teniendo la conciencia del que habita
dentro es decir: Dios. El Padre...Jesús...su Espíritu Santo.
Quien se deja
poseer por el Espíritu de Dios, sabe cuánto sufren los seres humanos en el
mundo y cuáles son las necesidades de los hombres pues la oración purifica el
espíritu de tal manera que el espíritu lo ve todo de una manera mucho más clara
como si conociera el mundo por los periódicos. Juan de la Cruz nos dice que
quien huye de la oración, huye de todo bien y que el demonio del egoísmo sabe
que la oración es el único medio por el cual se nos dan todos los bienes:
fortaleza, humildad, paciencia, pureza de corazón, verdadera alegría,
esperanza, paz y el mayor de los bienes que es Dios mismo, por eso hace todo
cuanto puede por impedirla.
Y el que quiere
purificar el oro, no debe dejar apagar en ningún momento el fuego que hay
dentro del horno. Así, quien busca a Dios debe orar incansablemente para
mantener encendido el fuego que arde dentro pues el descuido del cultivo de la
oración, es señal de apego al mundo.
El evangelio de
Lucas 18, 35 dice que cuando ya se encontraba Jesús cerca de Jericó, un ciego
que estaba sentado junto al camino pidiendo limosna, al oír que pasaba mucha
gente, preguntó qué sucedía. Le dijeron que Jesús de Nazareth pasaba por allí y
él gritó: “Jesús Hijo de Dios, ten compasión de mi”. Los que iban delante lo
reprendían para que se callara pero él gritaba más todavía: “Jesús Hijo de
Dios, ten compasión de mi”. Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando
lo tuvo cerca le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego contestó:
Señor, quiero recobrar la vista. Jesús le dijo: ¡Recóbrala! Por tu fe, has sido
sanado. Y en aquél mismo momento el ciego recobró la vista y siguió a Jesús
alabando a Dios. Y toda la gente que vio esto, también alababa a Dios.
¿Sabes? aquél ciego a quien los demás reprendían para que se
callase, levanta más y más el grito, porque cuando más grande es el alboroto de
los pensamientos mundanos, egoístas y carnales es decir, sin fe y que nos
persiguen, más, pero más será el ardor de nuestra insistencia en la oración, en
la invocación: “Jesús Hijo de Dios, ten misericordia de mi”.
En realidad decir
“Ten misericordia de mi pecador” es reconocer que sin el Señor nada puedes, es
decir como el apóstol Pablo: “Todo lo puedo en ti que me confortas Señor”. Es
reconocer la maravillosa creación de Dios que eres, pero también es reconocer
que a veces prefieres ser egoísta, soberbio, soberbia. Decir: “Jesús hijo de
Dios, ten misericordia de mi” es decir: ¡Dios mío, te amo y necesito de tu
amor. Te necesito! ¡Hazme tuyo, tuya!. Jesús, mira cuánta necesidad de
convertirme a ti tengo y cuánta necesidad de ti hay en este mundo. Dios mío,
ten compasión de mi familia, aquí están mis planes, mis proyectos mi querer, mi
voluntad, ten compasión de mis hermanos los seres humanos, etc...y sin parar,
sin cesar te invoco y consagro por el bien de la humanidad el decirte día y
noche “Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mi”, pero durante la invocación
sólo te contemplo a ti, Jesús en mi corazón.
Quien busca al
Señor y tiene sed y necesidad de Dios no conoce horas fijas para la oración
haciendo caso de las palabras del apóstol Pablo que dice “Ora siempre, sin
parar” pues mientras se ora, el enemigo del egoísmo, de la soberbia, de la
lujuria y los apegos se debilitan pero si dejas de orar, se fortalece. La
oración es el azote del enemigo, el
sostén del pecador. Y ¿Quién no es pecador? ¿Quién no es egoísta? Pero si
perseveras en la oración te parecerás a un manantial de agua clara, inagotable.
Si diriges tus ojos a la estrella de la oración, ella te indicará el camino
hacia el puerto suspirado.
La Sagrada
Escritura nos dice que al nombre de Jesús toda rodilla se dobla, en los cielos,
en los mares, en los abismos. ¡Sí!, al nombre de Jesús tu soberbia huye como
los demonios que pedían a gritos a Jesús que los arrojara a una piara de
cerdos.
El espíritu que
invoca constantemente sin parar, sin cesar a Jesús y ante los enemigos
interiores como el miedo, la desesperanza, la no fe, etc...y se refugia en Diosl,
saldrá victorioso, pues está equipado con un arma invencible: es la oración de
Jesús en él, pues mientras más llueve, más se reblandece la tierra.
Si más y más veces invocas el nombre de Jesús, poco a poco te
verás libre de pensamientos que te ahogan y más fértil hará la tierra de tu
corazón, estremeciéndola de gozo, paz, luz y alegría verdadera, porque la
continua oración te abrirá las puertas al Paraíso.
Si miras el fruto
del Espíritu Santo en ti: paz, perdón, luz, humildad, bondad, amor, entonces tu
oración ha sido verdadera oración. Día y noche no debes de abandonar la
invocación del nombre de Jesús. Ve dejando invadirte por su peso, por su
profundidad, por su sencillez, ve dejando que Jesús resplandezca en ti.
Hay personas que
llegan a decir: ¿de qué nos sirve la oración si aunque nunca dejamos de orar
apenas si notamos cambio alguno en nosotros? Y el Señor en el Evangelio dice
que sin que el hombre sepa como, el fruto de la gracia va creciendo hasta
convertirse en un árbol tan frondoso que hasta los pájaros vienen a poner ahí
sus nidos. Pero si tú que escuchas, descuidas la oración y la meditación de la
Sagrada Escritura, tu corazón se endurecerá, y una vez endurecido, no se
horrorizará de sí mismo, porque no verá.
Invoca el nombre de
Jesús en un tiempo precioso especial de oración y cuando te levantes de ahí,
sigue, sigue con tu invocación durante todo el día, ya sea que te bañes, te
arregles, te desayunes, trabajes o estudies, ya sea que platiques o juegues, ya
sea que comas o vuelvas al trabajo, en carro o automóvil, en combi o camión, en
bicicleta o que vayas por la calle al mercado o en la fila al pagar tu recibo
de luz o teléfono, en la oficina o despacho, donde sea, pintando una pared,
planchando, cocinando, lavando barriendo, cenando y por la noche, nuevamente,
busca estar solo, sola para estar con Dios, el Padre, sea en la lectura de su
Palabra, o en la sencilla invocación del
nombre de Jesús. Así, mientras duermas, tu cuerpo dormirá, pero tu alma
no dejará de vivir en la presencia de Dios. No dejará de invocar el dulce
nombre de Jesús.
Tú que escuchas,
no esperes a tener ganas o deseo de orar. Con la gracia de Dios y tu voluntad
di, lo hago por que lo hago porque Él es mi Dios y no puedo vivir sin Él.
Este camino de
oración sin cesar es muy sencillo pero profundo al que se la llama “La oración
de Jesús u oración del corazón” o llamado también “El Evangelio de la oración”
“Meditación silenciosa” o “Recuerdo de Dios”. El apóstol Pablo lo enseña en sus
cartas cuando dice “Oren sin cesar, sin parar” y el Señor nos lo manda en su
Palabra cuando dice: “Velen y oren en todo momento”.
Dios es la misericordia misma. Dios es un abismo de bondad y es
por la invocación del dulce nombre de Jesús que el hombre descubre y se arroja
a ese abismo infinito de amor. El hombre deberá llegar a la humildad, a la
hesiquia o sea, a la tranquilidad, a la quietud del ser entero, a la paz por la
invocación de día y de noche del nombre de Jesús, entonces, a través del tiempo
y de la gracia se convertirá en un ser humano, en un hombre, en una mujer lleno
de paz de equilibrio, de madurez en Cristo Jesús.
Si tú que
escuchas, preguntas, pero, ¿Cómo puede el espíritu orar sin interrupción, orar
sin cesar, sin parar? Y te decimos: La Sagrada Escritura no ordena nada
imposible. Si vives en su presencia, hagas lo que hagas y vives en él todo lo
que pasa en tu día, invocando su nombre santo orarás sin cesar. Así que no
dejes de fijar tus ojos en Jesús por medio de la invocación de su santo nombre,
así caminarás esta vida, amiga del engaño y la mentira como si fueras ciego,
mirando sólo a Jesús.
Y si doblas las
rodillas para orar, que otros no vengan a robar tus pensamientos. Invoca el
nombre de Jesús y persevera con una oración ininterrumpida sin parar. Hazlo
todo el tiempo. Tu corazón, átalo a nuestro Señor Jesucristo. Permanece en la
presencia de Dios día y noche.
Para finalizar
esta parte te decimos: Esfuérzate es decir, pon tu voluntad en querer hacer la
invocación del nombre de Jesús, entonces mantendrás tu mente libre de
pensamientos como si fuera sorda y muda, así podrás orar porque no hay oración
perfecta sin la invocación interior del dulce nombre de Jesús. La Palabra de
Dios nos enseña que todo es gracia y que nadie puede decir: “Jesús es el Señor
si no es por gracia del Espíritu Santo. Y es que en la invocación del nombre de
Jesús se unen la contemplación y la acción. Se une el cielo con la tierra, lo
divino y lo humano.
Ahora que ya sabes
el valor de la meditación silenciosa o también llamada oración sin cesar u
oración del corazón será bueno que te dispongas a practicarla poniendo tú lo
que está de tu parte y lo que está de tu parte es poner tu ser entero para
entregarte al Señor en confianza y sencillez, en fe adulta.
Hoy ya sabes que tu fuerza es Él en ti, que tú eres fuerte y
victorioso, victoriosa porque el que es la fuerza y el poder vive en lo más
profundo de tu corazón. Él sabía que necesitabas tiempo para estar a solas con
Él en silencio amoroso, por eso te ha seducido y te ha traído hasta éste
momento. Tú clamaste a él en tu tribulación y aquí está Él, respondiéndote con
su infinito amor y ternura exclusivamente para ti.
Hoy estás aquí como María la hermana de Martha, a los pies de
Jesús. Por un lado, tendrás la conciencia de Martha que es importante servir a
los demás, tendrás la conciencia de la importancia de realizar las tareas
cotidianas pero desde Cristo con infinito amor. Y como María estás ahora a los
pies de Jesús dispuesto, dispuesta nada más que a unirte por medio de una simple
frase cargada de fe y de deseo de intimidad con Dios, de unión con Él y esta
frase es: Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mi.
Primero harás una terapia de silenciamiento soltando todo lo que
esté tenso desde la punta de tu cabeza hasta la punta de tus pies y luego,
entrando en la fe adulta que no necesita sentir algo especial sino simplemente
necesita amar, comenzarás a decir no con palabras externas sino con tu mente:
Jesús Hijo de Dios, ten misericordia de mi, una y otra vez, Jesús Hijo de Dios
ten misericordia de mi, lentamente, a tu ritmo, sin ocuparte en otra cosa más
que en amarle a Él y en dejarte amar por Él, permitiéndole que su poder te
cubra, que su bondad reviente tu corazón de dulzura para ti mismo, para ti
misma y para cada ser humano que se tope contigo durante toda tu vida.
Experiméntate pleno, plena, libre en el amor de Dios y en el
momento que tú creas prudente comienza interiormente a unirte a Jesús por medio
de la sencilla frase: Jesús, Hijo de Dios ten misericordia de mi. Disfruta
todo: tu fe, la gracia de Dios, su Presencia en ti, tu ser vivo y pleno en Él,
la música, el amor porque en realidad este momento es un momento eterno, de
amor.
Así que en unos momentos de intimidad con el Señor Dios, toma una
actitud orante, bien sentado, sentada, con tus pies bien puestos en el piso si
puedes, tus brazos y manos ponlos sobre tus piernas con tus palmas hacia abajo,
o hacia arriba o entre lazadas; tu cabeza recta cierra tus ojos y respira suave
profundo y lento…..y abriéndote en amor a Jesús el Señor que está en tus
entrañas, comienza a decir con tu mente: Jesús Hijo de Dios, ten misericordia
de mi.