La muerte es algo natural
No
se trata de temer la muerte, sino de disfrutar la vida.
Aceptar la muerte para celebrar la vida.
Aceptar la muerte para celebrar la vida.
A
pesar de que la muerte es una palabra que nos asusta y se ve como un tabú en la
cultura occidental, necesitaremos comenzar a verla desde otra perspectiva si es
que queremos procesar duelos sanos. Para quienes creemos en la otra vida, la
muerte es un tránsito hacia “Otro lugar” así, con mayúscula, en donde viviremos
en plenitud total. Si, para quienes creemos en Dios, morir será pasar a vivir
en el abrazo eterno del Padre Celestial.
Pese
a todo lo que las épocas y las culturas nos hayan dicho sobre la muerte,
necesitamos querer comenzar a verla como algo natural. La muerte es algo natural. Pero quizá algunos
de nosotros todavía tenemos un profundo temor a la muerte por tener conceptos
equivocados de ella. La vemos como algo oscuro, triste, doloroso, como algo que
no podremos superar nunca. Habrá quien la vea como una acérrima enemiga que
acecha por donde quiera. Incluso hay quienes llegan a decirle a las personas
que “hay que aprender a vivir con el dolor”. Y decir esto, es total ignorancia,
como hace muchos años que había una canción que dice: “Sufrir me tocó a mi en
esta vida, llorar es mi destino hasta el morir. Si así lo quiere Dios, si así
lo quiere Dios, yo tengo que sufrir”. Y lo más fuerte es que en pleno siglo XXI
muchos y muchas siguen creyendo que esto ha de ser así y noooooooó!!!
En
realidad, pensamos y hablamos así por ignorancia. Ignoramos, porque nos movemos
en la superficialidad, vivimos en, por y para el egoísmo para la depredación,
vivimos desde los mil y uno apegos. Pensamos que nos pertenecemos, y que nos
pertenecen los demás. Pensamos que necesitamos tener el control de exactamente
todo y por ello vivimos entre ansiedad y miedo descontrolado.
Cuando
alguien muere, generalmente quien se queda siente el vacío de esa persona. Pero
pensemos que muchas veces sucede que hacemos centro de nuestra vida todo lo que
nos imaginamos que si no lo tuviésemos, no podríamos seguir viviendo más, y
mucho menos podríamos ser realmente felices. Quizá porque la convivencia con
aquella persona o ese ser que ya no está, no fue precisamente la más auténtica,
la más verdadera, la más llena de amor incondicional y así, surgen los
sentimientos de culpa, y los resentimientos. El resentimiento y el apego nos
habla de que todavía seguimos siendo inmaduros, seres humanos depredadores,
inflados de egoísmo, y que somos simplemente, infantiles.
Nuestra capacidad
humana pensante, eso que llamamos “mente” es un abismo insondable de donde
proviene el torrente tumultuoso de un sufrimiento multiforme: resentimientos
del corazón, resistencias de la mente, rebeldías de la vida, guerras
interiores, conflictos íntimos, memorias dolorosas y sin solucionar, recuerdos
amargos, aspectos de personalidad no asumidos, heridas de la vida no
cicatrizadas, clamores interiores, angustias y una gran pero gran pero
grandísima ignorancia. Olvidamos la capacidad que tenemos de ser conscientes,
sabios, humildes ante lo que no podemos cambiar. Y todo esto, no son saetas que
nos disparan desde fuera, sino que nos vienen desde muy adentro. El mal pues,
no es la muerte, sino mis propias, tus propias resistencias interiores.
El concepto de muerte
que tenemos sobre todo los occidentales es pensar en la muerte como la mayor
desgracia. Olvidamos o ignoramos que desde que existe vida en este mundo, siempre
se ha cumplido una ley que jamás ha fallado: lo que comienza, acaba. Un
antílope, una golondrina no mueren, se acaban, desaparecen y lo hacen, sin hacer
ni vivir ningún drama. Cuando a un tigre le llega la hora de morir, se deja conducir
por la muerte como un manso corderito; no resiste, no agoniza, no muere,
simplemente desaparece. Por muy feroz que sea el tigre, se acaba como una
golondrina, se apaga como una vela. Y así todos los animales del reino animal,
incluyéndonos.
El único ser viviente
que resiste el hecho de tener que acabar es el hombre. Inventa una palabra
tétrica, la palabra “muerte”, la reviste de color negro, y la mitad de la vida
se la pasa temblando, aterrorizado del hecho de tener que acabar.
Cuanto más resiste el
ser humano a la muerte, tanto más terrible y poderosa en su mente será esa
realidad. Y tanto la resiste que la convierte en la enemiga absoluta. Y todo
por obra de la propia mente humana.
Es el mismo ser
humano quien engendra un sin número de megalomanías, afanes narcisistas, sueños
protagónicos, desmedidas codicias y
ambiciones, ansias de querer ser más que los demás. Total, una montaña de
sueños imposibles que acabarán por inundar el corazón de envidias, rivalidades,
antagonismos, apegos.
En otros casos, el
ser humano, por su actividad mental movida en gran parte por la ignorancia,
(aunque tenga todos los títulos Universitarios y las mejores calificaciones y
premios) revive fragmentos de una historia pasada y doliente que, al hacerla
presente, origina sentimientos de autocompasión o de culpabilidad, saturando su
interior de brasas ardiendo. Y así, la paz en el corazón quedó ahogada por la
negatividad, por los pensamientos obsesivos y faltos de sabiduría.
Probablemente lo más
temible de la mente humana es la obsesión, mar sin fondo de la ansiedad. La
obsesión y la angustia están de tal manera tan unidas, como un círculo de causa
y efecto, donde casi nunca sabemos dónde está una y dónde está la otra. Es así que
la conciencia experimenta la sensación desabrida de no poder ser señora de sí
misma; al contrario: se siente interiormente vigilada y dominada por un alguien
extraño, es decir la ansiedad y la angustia, con lo que la libertad queda
gravemente herida, y el efecto instantáneo es la angustia. Y todo por no querer
comenzar a pensar sabiamente. Todo por aferrarse a sufrir para auto flagelarse,
auto castigarse, sumergiéndose en un masoquismo incontrolado. Y muchas veces la
razón será no querer cambiar, preferir el falso “confort” del no hacer nada
para ser libre.
La vida moderna,
llena de agitación, conduce tarde o temprano a las personas a la fatiga mental.
Y la muerte a todos nos llega de improviso, aunque ya sabíamos que….o porque no
sabíamos que…..y así, en medio del frenesí externo y perdidos en la
superficialidad interior, viene la fatiga. Esta fatiga se traduce en debilidad
mental, la cual, a su vez, deriva de una incapacidad de ser dueño y señor de su
actividad mental, en cuyo caso los recuerdos y presentimientos, por lo general
desagradables, se instalan en la conciencia sin motivo ni razón, apoderándose
fácil y completamente de toda la capacidad pensante ubicada en nuestro
neocortex y lóbulo prefrontal. He aquí, el fenómeno de la obsesión.
Y siendo la obsesión
más fuerte que la razón, ésta acaba siendo derrotada por aquélla. Y así, la
conciencia, viéndose dominada e incapaz de expulsar al intruso, rápidamente se
torna en una presa fácil de la angustia, la cual a su vez, produce mayor fatiga
y debilidad; y cuanto mayor es la debilidad mental, más fuerte es la obsesión y
más intensa la angustia. Y así, imposible procesar un duelo sano. Así,
¡imposible vivir!!
Este es el círculo
vicioso que mantiene a tantas personas en un estado de agonía mental. No nos
cansaremos de repetir que la mente humana es la fuente de toda bendición y auto
realización y de toda destrucción e inmadurez, y que en nuestras manos está la
vida y la muerte. Decidirnos por la necedad o la sabiduría. Acordémonos que no es lo que nos sucede lo que
nos daña, o lo que nos deprime, lo que nos hace tirarnos a morir, sino lo que
nos decimos acerca de lo que nos sucede. (Epicteto filósofo del siglo I) Además
Epicteto nos da un concepto de felicidad maravilloso, simple: La felicidad
consiste en ser libre de apegos; la felicidad es mantenerse en actitud sabia,
humilde ante los hechos de la vida que no podemos cambiar.
Será ser sabios pues,
pensar que lo que duele a la hora de que otro u otros se nos adelantan, es el
apego, es la costumbre, es la forma de vida que teníamos y ahora necesariamente
habrá un cambio. No olvidemos que todo cambia. La naturaleza va cambiando….Sólo
Dios permanece y permanecerá por siempre. Si realmente deseamos ser, y ser
maduros en el amor, hemos de permitirnos soltar, dejar vivir su nuevo camino
espiritual, a quienes dejan de existir de manera física, esa forma de ser que
también somos nosotros en el amor hoy aquí y ahora. Y, será en el amor
verdadero en donde nadie podrá separarnos, y desde donde realmente podemos y
podremos ser libres y siempre solidarios.
Es obvio que nuestra
vida, necesitará reajustes y entre mejor lo asumamos, lo aceptemos y comencemos
a ser creativos, mejor. Lo que más nos ayudará a superar cualquier cosa en la vida,
será ayudar a los seres vivos que lo necesitan, comprometernos con la vida.
Una
persona madura, ecuánime, vive 24 horas al día consciente de que la muerte
puede presentarse en cualquier momento. Pero esto no lo vive con miedo, sino
por la consciencia que tiene de que necesita aprovechar al máximo su propia
persona y a todos los seres vivos que tenga a un lado y se vayan presentando en
su camino para amarles y servirles.
Hablar
de muerte desde la sabiduría, será hablar de vida. Hablar de muerte es
cuestionarnos a nosotros mismos qué pensamientos de vida generamos cada día. Un
ser humano genera 60,000 pensamientos al día. ¿Cuáles son por ejemplo los de la
mayoría? Porque lo que nosotros resistimos mentalmente, lo transformamos en
enemigo. Es decir, seguimos mirando a la
muerte como un desastre, como algo “terrible”, pero ¿Acaso la muerte será en
verdad un desastre, o algo tan terrible? De ninguna manera. La muerte sea de la
manera que vaya a ser, es algo natural.
El
miedo a la muerte se debe al miedo a la vida. Un ser humano que vive plenamente
está preparado para morir en cualquier momento. No importa cómo muere un
hombre, sino cómo vive. El acto de morir no es importante, dura tan poco
tiempo. La muerte nos sonríe a todos, y todo lo que podemos hacer sabiamente, es
devolverle la sonrisa. Marco Aurelio dijo: La muerte debe ser tan hermosa. Para
yacer en la suave tierra marrón, con la hierba ondeando sobre la cabeza, y
escuchar el silencio. No tener ayer ni mañana. Para olvidar el tiempo, para
perdonar la vida, para estar en paz. Oscar Wilde dijo: Nacer es comenzar a
morir. Teófilo Gautier expresó: Para la mente bien organizada, la muerte no es
más que la próxima gran aventura. He meditado a menudo sobre la muerte y
encuentro que es el menor de todos los males. Francis Bacon dice: Quién enseña
al hombre a morir, le enseña a vivir. Montaigne: Las despedidas son solo para
aquellos que aman con sus ojos. Porque para aquellos que aman con el corazón y el
alma no existe la separación. Vive como si fueras a morir mañana. Aprende como
si fueras a vivir para siempre. Mahatma Gandhi dijo: La muerte solo será triste
para los que no hayan pensado en ella. Fenelon: La muerte es un despojo de todo
lo que no eres tú. El secreto de la vida es “morir antes de morir” y descubrir
que no hay muerte. Eckhart Tolle: Feliz el que ha muerto antes de desear la
muerte. La muerte no está extinguiendo la luz; solo está apagando la lámpara
porque ha llegado el amanecer. Rabindranath Tagore: La muerte no es más que un
cambio de misión. León Tolstói: La llamada a la muerte es un llamado de amor.
La muerte es simplemente un desprendimiento del cuerpo físico, como la mariposa
que sale de un capullo… Es como quitarse el abrigo de invierno cuando llega la
primavera. Una vez que aceptas tu propia muerte, de repente eres libre de
vivir. Ya no te importa tu reputación. Ya no te importa, salvo que tu vida se
pueda usar para promover una causa en la que creas. La muerte puede ser dulce
si le respondemos afirmativamente, si la aceptamos como una de las grandes
formas eternas de vida y transformación. Hermann Hesse: La muerte nunca toma al
sabio por sorpresa, él siempre está listo para irse. Jean de La Fontaine:
Mientras pensaba que estaba aprendiendo a vivir, he estado aprendiendo cómo
morir. Leonardo da Vinci: No le temas tanto a la muerte, sino a la vida
inadecuada. Bertolt Brecht: Cada día la naturaleza muestra como todo nace,
crece y acaba. La mayoría de las personas nos enfrentamos a la muerte a cada
instante. Pero no nos identificamos con ese hecho tan natural. Queremos ser
seres sobrenaturales. Vivir una eternidad, transcender en el tiempo. En nuestra
sociedad se nos educa para vivir de espaldas a la muerte. Pero la muerte forma
parte de la vida y dependiendo de cómo la gestionemos, puede ayudarnos a ser
más felices y a disfrutar más de la vida. La muerte
forma parte de la vida y, si se nos educara para mirar a la muerte de frente, no solo dejaríamos
de temerla tanto sino que, igual que se hace en otras culturas, podríamos
utilizarla para crecer espiritualmente y aprender a disfrutar la vida como lo que
es, un regalo maravilloso y que dura muy, pero muy poco.
¿Qué
hay que hacer para alcanzar esa conciencia?
Lo
primero será sanar el ego e ir tomando las cosas con la respectiva normalidad. Necesitamos
comprender que lo único seguro en la vida es que todos vamos a morir. Lo ideal
sería que desde pequeñitos, nos educaran en sabiduría. Eso iría diluyendo el
temor a la muerte y podríamos verla como algo natural.
¿Y
quién es el encargado de esa formación?
Primero
la familia y luego la sociedad en donde uno se desarrolla. Si nos educáramos
más en el plano natural, en lugar de los prejuicios mentales, la muerte dejaría
de ser un tabú. Cuando una persona deja de existir produce tristeza por el
dolor que deja su ausencia. Obviamente se produce un estado de tristeza. Pero
si culturalmente entendiéramos que la muerte no existe, sino que es un cambio
en el estado de la materia, no nos causaría tanto dolor. Queramos o no, tarde o
temprano nos vemos obligados a mirarla de frente cuando algún ser querido muere. En esta sociedad, al
dolor de la pérdida hay que añadirle el desconocimiento y el desconcierto que
produce la falta de familiaridad con emociones tan intensas, por no hablar de
nuestra ridícula insistencia en superarlo lo antes posible. Todo proceso para
sanar, para crecer, es doloroso y lleva su tiempo. ¿Cuánto tiempo? El tiempo
que sea necesario y varía dependiendo de si esta persona lleva un proceso de
sabiduría interior o de si ha vivido toda su vida entre lo que la sociedad ha
dictado o han dictado sus experiencias dolorosas.
¿No
sería mucho más saludable familiarizarnos con la muerte antes
de que nos tome por sorpresa? ¿No sería interesante y sabio estar más
preparados? ¿No sería más saludable aceptar el dolor y la tristeza (que forman
parte de la vida) en lugar de hacer como que no existen? Seguro que si tuviéramos menos miedo a la muerte, el dolor y la
pena durarían menos y la usaríamos para convertirnos en personas más
fuertes y más preparadas para gozar de la vida.
Creemos
que las cosas van a durar para siempre, pero la vida es tan efímera como cualquier otra cosa. En nuestra
sociedad del supuesto bienestar, necesitamos (literalmente) toda clase de
productos que nos faciliten la vida, seguros de todas las clases (qué
eficientes son los publicistas que consiguen hacernos creer que necesitamos
seguros de vida…), creemos que el éxito consiste en tener, y vivimos teniendo
mucho y creyendo que tenemos el derecho a conservar perennemente todo cuanto
conseguimos: afectos, bienes materiales, que sean para siempre. Y cuando
dejamos de tenerlo no lo aceptamos, y cuando
alguien muere, nos aferramos enfermizamente al apego y sólo al apego.
¿No es un
poco infantil vivir de espaldas a la
muerte? ¿Asegurar la vida? Por supuesto, no se trata de deprimirse con
constantes pensamientos horribles sobre la muerte, sino de mirarla desde otra perspectiva más amable, más amorosa,
más madura. De hecho, cuando muera algún ser amado, habremos por comenzar a
tratarnos a nosotros mismos con infinita ternura, cariño, cuidado.
¿Cuál es
lado amoroso de la muerte? Saber que cada día es un regalo. Y la muerte nos recuerda que la vida es un
regalo maravilloso. Si en lugar de quejarnos tanto, nos diésemos cuenta
de que despertar cada día es una bendición; si entendiéramos con humildad que
cada día que vivimos nos viene de más y que eso no significa que el mundo y las
cosas deban ser como queremos que sean; si observáramos a la muerte (que forma parte de la vida) como una gran aliada que nos enseña y
recuerda constantemente que no somos imprescindibles y que vamos a morir queramos o no, podríamos
de verdad VIVIR así, con
mayúsculas, experimentar el milagro de estar aquí cada momento, aceptar
y celebrar con alegría cualquier experiencia que nos espere a la vuelta de la
esquina.
Así, en
lugar de sufrir sacando doscientas carreras y un máster; en lugar de perder el
tiempo intentando triunfar; en lugar de preocuparnos y manipular el futuro de
nuestros hijos, o de los demás, en lugar de tirar la vida en el enojo constante
por todo, simplemente nos dedicaríamos a
experimentar la vida con honestidad, a vivir amorosamente, a hacer lo que nos
pide el corazón siendo solidarios con todo ser que respira, a disfrutar con
nuestros verdaderos anhelos, sin miedo ni culpas, dejando a los demás que
también lo hagan.
La muerte
y el ego.
Liberarse
del ego y la arrogancia y ponerse en manos de la vida y para quienes tenemos
fe, ponerse en las Manos Amorosas del Padre Dios, supone una liberación inmensa. No podemos evitar nuestra muerte ni la de las personas a las que
queremos. Tenemos derecho a ponernos tristes sí, a tardar en superarlo, a
sentir el dolor y luego, como todo, a dejarlo marchar y aprender con la
experiencia. Y recordar que, tanto nuestra propia vida, como la de los demás,
no nos pertenece. Nadie es nuestro. Ni nosotros mismos nos pertenecemos. Nuestras
posesiones y nuestro cuerpo no nos pertenecen. Disfrutémoslo mientras lo
tengamos y liberémonos de la carga que supone pretender que todo sea perfecto.
Nuestra vida en la tierra es finita, y por eso precisamente, es extraordinaria
y perfecta, aunque a veces no nos lo parezca. Estamos de paso.
Liberarse
del ego supone ponerse en manos de la existencia, en las Manos de Dios, como
dejarse abrazar por una madre, rendirse a algo que está muy encima de nosotros,
y confiar en que, si las cosas son como son, será por algo, y para nuestro
bien, aunque no lleguemos a comprenderlo de momento. “Lo que yo hago ahora, lo
comprenderás después” –dice Jesús- Y el salmista abandonándose en el Amor del
Padre dice: “Señor mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no
pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis
deseos como un niño en brazos de su madre. Por eso espero en el Señor ahora y
por siempre. Y en esta entrega confiada, amorosa, surge silencio en la mente, y
paz en el corazón.
El
proceso del duelo sano, es decir las cinco etapas naturales por las que un ser
humano pasa cuando alguien muere, muchas veces se dan conjuntas o simultáneas
en algunas personas, sobre todo en aquellas más abiertas en la fe adulta, más
sencillas interiormente sin tanta complicación de pensamientos derrotistas,
negativos y que han trabajado sus heridas y aceptan con paz las leyes naturales
de la vida.
En
cambio, la mayoría de las personas el proceso va lento y en otras se complica
hasta convertirse en algo patológico sobre todo cuando se ha vivido en gran
inconsciencia y nunca ha habido algún proceso de sanar la historia doliente
personal, y por ello hemos de tener infinita paciencia y no criticar, no
enjuiciar, no etiquetar a nadie. Estas etapas son: la negación, la ira, la negociación,
la tristeza que si no se acepta el hecho doloroso, puede llevar al negro pozo
de una depresión reactiva crónica generada por los propios pensamientos e
interpretación personal del suceso que no acepta y que generará cambios
químicos en su cerebro como la baja de dopamina por ejemplo, y finalmente si se
procesa adecuadamente el dolor, se llegará a la aceptación.
El
dolor del duelo en un proceso sano, va disminuyendo con el paso de las semanas,
pero si la depresión persiste, significa que el hecho no se acepta, que la
persona se resiste y por lo tanto, no se ha resuelto.
Nos
damos cuenta de que un duelo está sin fluir, sin asumir, cuando la persona en
pérdida, no puede volver a sus actividades diarias dentro de un margen de
tiempo amplio y se siente incapaz de volver a su vida cotidiana. Dice: No puedo
vivir sin él, sin ella, sin mi mascota etc,. Vestirse con ropa juvenil, alegre,
de colores, bañarse, arreglarse, aceptar el apoyo de amigos o familiares, sonreír,
se le hace imposible, quizá en el fondo porque, piensa que traicionará al ser
amado ausente. Otros síntomas de no aceptación será la excesiva ansiedad y
comportamiento de huida, retraimiento, enojo excesivo, la falta de apetito, la
falta de sueño.
Este
proceso de duelo, se da también en otro tipo de pérdidas como la pérdida de
trabajo, en una catástrofe natural, en guerras, conflictos sociales, boulling,
en rupturas sentimentales, amputación de alguna parte del cuerpo o pérdida de
salud, llegar a cierta edad en la que ya no puedes hacer lo que hacías antes
por tus huesos gastados, la soledad porque no tienes a alguien más, quizá
terminar en algún asilo etc,.
En
la mayoría de nuestra sociedad mundial, nuestra relación con la muerte
está siempre en fase de negación: se oculta, no se habla del
tema, nos incomoda, preferimos no pensar en ello. Sin embargo ¡Qué importante es ser conscientes de nuestra propia
muerte! Aceptarla, verla natural, vivirla sin angustia:
porque no se trata de temer a la muerte, sino de disfrutar de la vida. Es
lógico no querer morir antes de tiempo, el miedo al dolor o a la enfermedad,
pero necesitamos aceptar con sabiduría y paz, que algún día moriremos y ser
conscientes de ello, verlo como natural, y que esto nos sirva para apreciar más
la vida siendo honestos, auténticos, siempre solidarios, llenos de amor.
Para
casi finalizar te decimos que mucha gente pierde el tiempo o lo malgasta como
si tuviese tiempo infinito, para siempre. Vamos dejando para “mañana” pedir perdón, cambiar interiormente, servir a
esta humanidad, como si fuéramos a vivir para siempre, no cuidamos de nuestra
salud, ni cuidamos a las personas, dejamos a nuestras emociones que vayan de
arriba abajo, hasta que nos arrepentimos de no haberlo hecho antes cuando ya no
queda tiempo, o nos acordamos cuando algo que nos duele mucho, sucede.
Recordemos pues y no olvidemos que de la aceptación
de nuestra propia muerte y la de los demás nos ayudará a vivir en consciencia es decir, a priorizar
lo importante y darle peso a lo que realmente vale la pena, a disfrutar de la vida
y del tiempo con la gente a la que queremos sirviendo a todo ser vivo que
podamos.
Quedémonos
pues con esta frase de Epicteto del siglo I: Deja que la muerte te realice.
Dedícate a aprender a morir, y vivirás realmente.