SED DE SER EN EL AMOR
En nuestra actualidad todo habla de la necesidad de acallar tanto ruido sobre todo interior que nos desgasta con su agitación. Nos esclaviza nuestra propia visión de las cosas, de nosotros mismos, de la realidad, de ahí la necesidad de desnudarnos de nosotros mismos. Desnudarse es vernos tal como somos, sin intentar escapar de la propia realidad. Despertar y darnos cuenta de que nada es nuestro. Despertar a la realidad de que hemos de cuidarnos unos a otros con actitudes de bondad. Estamos hechos para la convivencia, pero también estamos hechos para la soledad, la soledad que plenifica. Hemos de aprender a escuchar el silencio y luego, aprender a escuchar al que es el Silencio Amoroso: Dios.
Los seres humanos no somos salvadores de nadie, pero sí necesitamos amar a manos llenas. Amarnos primero a sí mismos, luego, a todo ser que respira. Ser pan interior para los demás, ser paz, ser luz, ser las manos de Dios que acarician y cuidan de los seres que respiran y son vulnerables; ser la compasión, el poder ponernos en el cerebro de los demás, tan herido….ayudar a los animalitos…vivir para Dios y para esta creación, siendo bondad, muriendo a lo que nos hace daño y hace daño: tanto grito, palabras hirientes, actitudes indiferentes, abusos de muchos tipos. "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,23-24).
Necesitamos otra forma de leer la vida, otra forma de leernos a nosotros mismos. Necesitamos volver a nacer. ("Juan 3,1-22) Estamos aquí para amar. La soledad no existe en la naturaleza, en la creación. No hay otro sentido. Amar como Él nos ha amado primero. Ya no necesitamos buscar fuera el amor. Somos amor. Pero, ¿Quiero, quieres vivirlo?
Es el silencio que puede liberarnos de toda su atadura, y allá, en la hondura y anchura, es donde desde la fe desnuda, emerge Dios con todo su esplendor, y profundo amor, y es el que el silencio, cuando la mente ha cedido a su necedad y querer egoísta, posibilita lo pleno y entonces, todo lo lleno anhela el vacío para no quedar saturado de sí mismo. San Juan de la Cruz nos enseña a desear querer pasar por la noche de los sentidos, por el vacío de sí mismos, entrar a las cavernas llenas de silencio en donde el mismo Silencio, así con mayúscula, nos devolverá nuestro estado original de ser, de simplemente ser, en el Ser.
Quietos, callados y acallados, sólo siendo y sintiendo la respiración, cada inhalación, cada exhalación, llenando nuestro anhelo de ser amor sin condiciones y vaciándonos de lo que no somos. Con el silencio llega la experiencia y la certeza de que somos habitados, lo que la mística llama, la "inhabitación de Dios". No hay nada que esperar, porque hemos regresado a nuestra Fuente de Vida, al Amor que no es amado. Dios nos abraza en esa sabrosura del Amor que Es. Ya no hay nada más que desear, sólo ser, sólo amar. Ya no hay espacio para lo "mío", ya no hay espacio para "mis cosas", ya no hay espacio para seguir viviendo de cualquier manera, ya no hay espacio para el gran egoísmo. Sólo el Amor basta, sólo amar incondicionalmente basta y bastará. Entonces, cada vez cabrá más realidad y tendré más consciencia de aceptar todo como viene en cada hoy, aquí y ahora. Aceptar con sabiduría y paz, pues, qué sabemos del otro lado de las cosas.
Quien separa el Silencio de la vida, se confunde. Quien vive la vida desde el Silencio, su preferencia, su anhelo, su misión, su propósito es y siempre será ¡¡Amar a manos llenas!! Ser Silencio para esta creación, silencio abrazador, silencio que se solidariza; así nos damos cuenta de que el vacío interior es una bendición. Aparece en donde ha habido desalojo, mayor cavidad se hace disponible, se trata de cavar hasta lo hondo cada vez más con mayor silencio, para permitirnos percibir lo que nos rodea y que ya no es precisamente nuestro ego, sino nuestro ser amoroso, sosegado, reconciliado, simplemente SIENDO, entonces el Ser, Dios, se revela en su creación maravillosa detrás de cada criatura. Nada existe por sí mismo ni para sí mismo, sino que es rumor de otra Presencia que en cada existencia anida.
ORACIÓN
La
oración está en todos los seres, como un impulso hacia su Fuente. En el reino
del amor hay siempre un Tú por invocar, porque ese Tú, es la condición misma de
amar. Cuando el Amado se acerca, el amante desea que no se aproxime del todo para
poder seguir yendo tras Él y seguir sintiendo el ardor que lo consume. Tal es
el sentido de la oración que todavía no es unión, pues aunque el alma lo desea,
el "yo" no está maduro para morir. La oración es posible, porque hay
dos. Cuando todo sea colmado, no habrá palabra, ni hará falta oración, porque
todo estará repleto del Amor, en donde el yo, ya no cabe, sólo la consciencia
pura de ser, de amar. Simplemente vivir en Amor.
ENTREGA
No podemos ser si retenemos. No podemos ser si no nos desapegamos de lo que nos esclaviza, de lo que nos separa de amar incondicionalmente. Somos donación. Somos entrega. Compartirnos, darnos, entregarnos, ser sin cesar. Nuestra existencia es pasar, dejarnos traspasar, dejarnos poseer de ese Amor inconmensurable de Dios. Somos amor inconmensurable de Dios. La pregunta es: ¿Lo quiero vivir? porque la Fuente, está siempre vertiéndose, derramándose por doquier. Cuanto más apertura a la Apertura que nos origina, más crece la capacidad de ofrecernos. Nos hace partícipes de su condición. Dios no forza a nadie. No sería Dios. Lo que existe, existe como desbordamiento de la abundancia del Ser. Abiertos, nos damos en Su darse. Somos más, cuanto más a través de nuestro vacío, dejamos ser, al Ser. Dirá el salmista: "Aprende a estar vacío de todo, y verás cómo Dios, resplandece", y nosotras diremos: resplandecerá en tus pensamientos, en tu mirada, en tus palabras, en tu silencio amoroso, en tus obras.
Descalcémonos como Moisés ante la Zarza, (Éxodo 3,2) pues esa Zarza es inconsumible, es Eterna…El Ser, así con mayúscula, Dios, es calmo, y calma la sed; cuando la criatura regresa, amansa su sed y queda anegada en lo que supera su capacidad de concebir y de comprender. Dirá Pablo de Tarso: "Ya no soy yo, sino Otro, quien vive en mi" (Gál 2,20). La vida se percibe y se concibe desde la pura bondad, desde la sonrisa, desde la paciencia, escuchar, observar, ser abrazo, asumir con paz, dones que ya tenemos pero que necesitamos querer poner en práctica.
El vacío no se puede circunscribir. El pensamiento que todo lo quiere capturar no lo puede "agarrar". Es plenitud que colma. Es, no siendo (no agonizando en el egoísmo, en tanta soberbia, en tanto orgullo, en tanta ceguera), cuando más somos sin serlo, porque Dios tiene en nosotros, la oportunidad de nacer.
Una vez estando yo muy enferma, nuestra amiga ermitaña en Mont Sant Catalunya, Montserrat Domingo me dijo: "Gema, dame un poco de tu dolor, para que no sientas tanto y así lo repartiríamos. Dame, dame de tu dolor". Y hoy, aquí y ahora, podemos aliviar el dolor de quienes nos rodean, de seres vivos indefensos. Dice San Francisco de Asís: es dando como recibimos, es muriendo como nacemos a la vida verdadera, la vida, del amor incondicional.
PRESENCIA.
Lo que aparece en el término estaba en el origen, pero no lo sabíamos. Para eso venimos a la vida, para conocerlo, para experienciarlo a través de toda nuestra vida. La pregunta es: si la gota, una vez que ha entrado en el Mar, ha dejado de ser gota, es consciente de ser Mar. ¿Sabes? en realidad, no hay gotas, sólo Mar. En Él existimos, nos movemos, SOMOS.
Sabernos agua de las olas y de las gotas, es revelación, resultado de un don, culminación de la aventura de existir. Saberse agua de ese Mar. Saberse mar, de ese Mar. Todas las gotas, contienen su reflejo, son el reflejo del Mar, su Rostro y nuestros rostros encuentran en Él, su acabamiento. Dice Jesús: "Quien beba de esta Agua, no volverá a tener sed". (Juan 4,13.14) Dejemos huellas -en este mundo tan necesitado y egoísta- de esa Presencia que late por doquier, por cada célula espiritual de nuestro ser. Así sea.