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viernes, 30 de agosto de 2019

Callando para que Dios hable

 

Callando, para que hable Dios.
Callando para translucir Amor.

El silencio es imprescindible para la unión en el Amor callado entre el alma y Dios nos enseña San Juan de la Cruz, quien conoce bien de esta virtud, y nos puede ayudar a entender sobre nuestra necesidad de silencio. Vivimos insertos en un mundo donde el silencio se ofrece casi como consumo, viajes, aislamiento, soledades, pero ninguna de esas ofertas nos transformara en espirituales o contemplativos mucho menos en seres que aman sin condiciones y hasta el extremo como Jesús, nuestro Maestro de Vida.



Por otra parte, el hombre espiritual comparte con sus semejantes su profundidad, su interior, porque necesariamente es tiempo de convivir y relacionarnos humanamente con nuestros hermanos, en un dialogo amoroso, solidario, y para esto resulta extraño hablar de silencio. Pero estamos necesitados de salir al encuentro del rostro de Dios, de su palabra, de su Espíritu y se nos hace necesario un espacio de silencio y soledad. Ciertamente en el recogimiento, alcanzamos al que deseamos que permanezca en nosotros y como los peregrinos que lo reconocieron en la fracción del pan decimos; “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado” (Lc 24,29)

Soledad y silencio, para tener un corazón dispuesto a acoger y oír al amado, para acoger y aceptar así como es a esta humanidad. Soledad y silencio para que nada nos impida amar a manos llenas aunque a veces ¡¡¡¡duela!!!!
Conocer el camino de la sabiduría implica conocerse a sí mismo, y conocerse a sí mismo implica olvidarse de sí mismo. Este olvidarse de sí mismo sólo se puede lograr en el silencio. Este es el camino para llegar a experimentar el verdadero yo mismo. Es en el silencio donde la persona descubre su verdadero ser.



Ir a la Soledad y al Silencio en fe adulta, como una forma, como un estilo de vida, de ser libres en Él, para continuarla allá donde vamos en nuestras idas y venidas, en la ciudad, en ese abandono en las Manos de Dios. No vamos a la soledad para huir de nada, sino para reintegrar y amar todo y a todos con esa intensidad que da la Gracia.

Muchos caminamos ciegos en la inconsciencia en la que nos acomodamos porque de otra forma nos implicaría trabajo interior el ser mansos, suaves, bondadosos, solidarios, generosos, compasivos, misericordiosos y así preferimos seguir vendados de egoísmo, de rencores, de flojera.
Por ello sólo quien decide quitarse la venda de los ojos, es quien se libera de sí mismo para luego dar el paso de ir a apoyar, a tender la mano, a caminar con.



Entregar a Dios las heridas que se reabren o surgen nuevas....pero esta vez lo hicimos todos unidos a través de los vendajes que se convirtieron en lazos de comunión, sabiendo que esos lazos, pueden romperse si se tensan, si se estiran, si se forzan, si se maltratan, como pueden romperse las relaciones, o nuestros propios corazones cuando no vivimos en amor verdadero por nosotros mismos y por la creación entera.

Nos queda claro que no hemos de dejar solo a quien es herido, a quien tiene tanto nudo que se ahoga en la tristeza o en el total desaliento.



Dios en la intimidad del ser es quien nos sacia de su ternura y suavidad. "Señor, queremos ser como tú: siempre compasivos". ¡Ayúdanos a querer!

 Gracias Padre Celestial que habitas en tus hijos con tu Presencia amorosa y sosegada; todavía nos prestas la vida para seguir tocando en tu nombre, corazones que quieran despertar a la Verdadera Vida que es Jesús el Amado incondicional y siempre fiel. Amén.

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