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lunes, 9 de enero de 2023

Se amigo, amiga del Silencio


 

Estar a solas es una de las disciplinas más importantes para la vida interior, la vida espiritual. Necesitamos desengancharnos del estrés. Necesitamos QUERER aprender a vivir prácticamente todo el día, en silencio interior, además de apartar esos tiempos fuertes y diarios con Él.  Saberse estar a solas y en silencio, es una forma de ser libres de todo lo que ata. Y se tratará de “no hacer nada”. La soledad y el silencio es una oportunidad para centrarnos en la propia intimidad con Dios, con el Padre, con Jesús, con el Amor. En la soledad no tratemos de hacer que algo suceda. Será estar simplemente con nuestro yo desnudo al Señor para SER EN ÉL.


La vida sólo tendrá sentido si vivimos en ese “silencio rescatador y restaurador” que muchas veces queda como ahogado entre tanto ajetreo, preocupaciones y dificultades. Es vital recuperar un silencio que nos desvele el tesoro escondido en nuestro propio corazón, del que nos hemos ido separando por la inercia y la sobrecarga de nuestros quehaceres. Este sano silencio no sólo nos es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves, o tomar una decisión crucial, sino que es un instrumento de lucha diario contra la superficialidad, para no dejar pasar la continua invitación de Dios a crecer, a madurar, a SER. Hay una gran relación entre el silencio y la palabra, son dos de los hilos que tejen nuestro vivir. Ambos necesitamos equilibrarlos y alternarlos, para propiciar una real cercanía entre las personas. Urge que aprendamos a hablar interior y exteriormente sólo lo necesario  simplemente cuando sea necesario pero que esas palabras siempre estén cargadas de unción, de bondad, de profundo amor.


Piensa lo que vas a decir, antes de abrir la boca. Se breve y preciso/a. De esta manera aprenderás a desarrollar el arte de hablar. Quédate en silencio, cultiva tu propio ser interno. Respeta la vida de los demás y de todo lo que existe en el mundo. No trates de forzar, manipular y controlar a los otros. A veces el silencio absoluto se percibe como una soledad cruel, como un abandono intolerable. Otros encuentran en el silencio una inquietud enfadosa. Hemos creado la costumbre de hablar constantemente aunque sean cosas triviales, en ocasiones no esperamos que la otra persona termine de hablar y ya tenemos una respuesta; sin darnos cuenta hemos olvidado el poder del silencio. Acreditamos el poder de las palabras, sin embargo la historia ha corroborado que todos los sabios descubrieron la fuente de la sabiduría en su mundo interior a través de la meditación simple, amorosa, callada.


En nuestra sociedad mundial, no solo existe la contaminación ambiental, sino la contaminación sonora: música alta, claxon de los autos, sirenas de bomberos, redes sociales, exageración de información, etc. Todo esto afecta nuestra concentración y las funciones cognitivas como la atención a la lectura, la memoria y la resolución de retos, de circunstancias, porque estos ruidos intoxicantes afectan nuestras conexiones cerebrales.


Si analizamos bien, el conocimiento y la creatividad nacen del silencio. En nuestros periodos de soledad aprendemos más porque estamos más enfocados y para crear debemos acceder a que el silencio nos abrace y puedan brotar ideas sabias, actitudes sabias. En las civilizaciones antiguas los más sabios eran los ancianos porque ellos destinaron gran parte de su vida a perfeccionar la maestría del silencio, eran asertivos, inteligentes e intuitivos lo cual les permitía tomar las decisiones más importantes. Pitágoras, filósofo y matemático concilió el estudio científico con las enseñanzas místicas, y requería que los candidatos a su escuela pasaran aproximadamente cinco años en silencio antes de ser admitidos. Constatando que el silencio y el aplacamiento de las vibraciones mentales son la plataforma sobre la cual se establece el más valioso conocimiento.


Lamentablemente de niños no nos enseñan el poder del silencio. A través del silencio encontrarás las respuestas a los mayores enigmas de tu vida porque en tu interior está la sabiduría ilimitada que conoce todo: Dios. Si aprendes a estar en silencio continuamente te quedaras sorprendido/a de todo lo que descubrirás a tu alrededor, verás y escucharás cosas que nunca creíste captar y lo más importante: no solo aprenderás a escuchar a los demás, sino a ti mismo. La mejor forma de estar en silencio es confiar Dios y en uno mismo porque en ocasiones queremos resolver un problema y lo que hacemos es complicarlo con nuestro cotorreo mental. Acepta la situación, mantente tranquilo, reflexiona y en silencio toma una decisión.


 

Hoy aquí y ahora, es el momento para empezar a practicar de una forma determinada y verdadera el silencio, porque en este mundo en el que reina el estrés, el silencio puede ser un buen amigo cuando quieras distanciarte de todo y pasar tiempo con Dios y contigo mismo. Cuando amanezca, libérate de todo lo nocivo que tengas en tu mente, enfócate en tu interior y agradece al Dios de la Vida, el regalo de un nuevo día, crea un pensamiento de paz y disfruta de unos minutos de silencio y de ese estado de libertad de la mente. Permite que Dios alivie tu alma. El silencio pues, es una fuente de gran poder. Por ejemplo, el Evangelio de Marcos Mc 4,35-38 nos dice que Jesús nos enseña a saber escuchar en nuestro corazón en medio de las tormentas de la vida. Y es que al igual que a los discípulos, nos sorprenden tormentas inesperadas y a veces hasta furiosas, y nos damos cuenta de que todos somos frágiles y muy desorientados; las tormentas son necesarias. Pero para llegar a esto, necesitamos cultivar el silencio interior. ¿Te imaginas una humanidad en la que todos cultiváramos ese silencio interior en donde las heridas cada vez más y más y más desaparecen, se difuminan y muestran un interior humano lleno de bondad? Estamos llamados a remar juntos, a confortarnos mutuamente. Pero esto es sólo “un sueño” una “utopía”, por eso, no esperes nada de nadie. Espera todo de Dios y de ti y vive en ese silencio poderoso y bondadoso. Es sorprendente que, en medio de la tormenta, Jesús duerme confiado en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Él está seguro en las manos de su Padre, la tempestad pone al descubierto su inmensa confianza en Dios. ¿Cómo es tu confianza en el Padre?


En nosotros la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad, y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades, con las que habíamos construido nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene, y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad, el total abandono en las manos de Dios. Es buena la tempestad, pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos: que de Dios venimos y a Él volvemos, caminando juntos. Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos, siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos: esa pertenencia de hermanos, que tanto necesitamos hoy.


La falta de fe de los discípulos es la nuestra, que nos hace gritar: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” (Mc 4, 35-41). Pero en las tormentas y dificultades de la vida, hemos sido fortalecidos en la fe ante el despliegue de personas valientes y generosas, que han arriesgado su vida porque este mundo sea mejor. Hemos palpado cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes, corrientes y olvidadas, que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas, pero que están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia. Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos cuánta gente cada día demuestra paciencia, e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas en silencio ofrecen e interceden por el bien de todos en estos momentos tan duros de nuestra historia.

 


La oración, el permanecer en silencio y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras. “¿Por qué tener miedo?”. El comienzo de la fe es saber que necesitamos una mano salvadora. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza en nosotros, y al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo que creemos que ha sido una “desgracia”. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar, y a activar esa unidad y esperanza capaz de dar solidez y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. Así que no busques el silencio, no busques a Dios para “sentir bonito” ni tampoco dejes de orar “si no sientes nada”. Juan de la Cruz dice que “Muchas almas no entran en lo profundo de la intimidad con Dios porque temen la aridez, la sequedad, el aparente abandono de Dios, la noche o sencillamente huyen del silencio por no enfrentar su realidad”, así que te invitamos a que no temas dejarte acrisolar, purificar, amar y ¡Persevera....persevera.....persevera!


 

Terapia visual de pensamientos sabios 2