❤️EL ADVIENTO ES.....
El
Adviento es el tiempo en que Dios nos promete que su amor no
descansa. Por cada uno de nosotros. “Qué hermosos sobre los montes los
pies del mensajero que anuncia la paz” (Is 52.7) Hay gente que sí
anuncia tu venida Jesús. Y da gusto verlos, y tratarlos, y sentir que,
con ellos, renace la esperanza. Esos viven la Navidad todo el año, y
quizás ahora, si busco, podré verlos un poco más. Recuerdan
con sus vidas que el amor es posible. Insisten, con su testimonio, en
confirmar que sí, que a veces, hay quien te siente muy dentro... y
entonces todo cobra sentido. Son la buena gente, que la hay en
todas partes. Son los pisoteados, capaces de levantar la cabeza,
conscientes de su dignidad inalienable. Los heridos capaces de seguir
caminando. Los alegres deseosos de contagiar su contento. Los que
comparten lo que tienen (poco o mucho), su tiempo, su trabajo,
su vida, su palabra, sus sueños... Los humildes, los mansos, que
contagian bienaventuranza y trabajan por la paz. ¿Quién es la gente que
en tu vida es mensajera de evangelio? ¿Y puedes ser tú anuncio de
esperanza para alguien? ¿Cómo?
Ven,
Señor. Sigue viniendo. No te canses de venir, en espíritu, en palabra,
en verdad y vida. Ven a este mundo que hambrea sentido y
esperanza. Ven a habitar cada horizonte. Ven a sacudir las inercias, a
avivar los amores apagados, a calentar los hogares fríos, ven. Ven, de
nuevo niño, a mostrarnos esa fragilidad poderosa del Dios niño. Sigue
viniendo, contra viento y marea, contra escepticismos y rutinas, contra
dudas y atrofias....
«Cuando te llamo, respóndeme Dios, defensor mío; tú que en el
aprieto me diste anchura, ten piedad de mí, escucha mi oración.» (Sal
4,2) ¡Te necesitamos, Señor! NECESITAMOS EL AMOR, así, con mayúsculas,
que Tú nos das. Necesitamos redescubrirte, en espacios que a veces
parecen vacíos. Por eso te llamamos, en voz baja o gritando. Cada uno
con nuestro acento, suben hasta ti las voces del niño con sus primeras
preguntas, del joven con sus primeras angustias, del adulto con
inquietudes que van echando raíz, del anciano, que vuelve a ser un poco
niño, pero más sabio. Te llamamos, a veces con desesperación, y otras
con euforia. Desde la soledad o desde la plenitud que aún aspira a más.
¡VEN!¡Ven, Señor! A nuestra vida, a nuestro hoy. ¡Ven! (Un buen mantra, frase o palabra corta
para este Adviento. ¿Cuál es hoy mi grito, mi llamada, mi necesidad de
Dios?)
«Cambiaste
mi luto en danza, me desataste el sayal y me ceñiste de fiesta.» (Sal
30,12).
Cuando llegas todo cambia. Llenas los vacíos.
Tranquilizas al espíritu inquieto. Nos levantas si es que
andamos caídos, y quizás nos bajas los humos cuando vivimos de
espaldas a ti como si fuéramos dioses. De golpe una palabra,
o una parábola, o una imagen, se convierte en grito vivo para
nosotros. No siempre es fácil hacerte sitio, y lo sabes, en
medio de nuestras vidas super pobladas. Hay que quitarse muchas
capas para acabar desnudos ante Ti, para que tu Verdad ponga
un poco de sentido en nuestras seguridades y para que tu evangelio
nos mueve hacia el prójimo. No es fácil. Pero las veces que
ocurre, todo parece mejor. Así que no desistas. Cuando Dios ha
entrado de lleno en mi vida, ¿qué ha cambiado?
“Cuando
empiece a suceder esto, levanten, alcen la cabeza, se acerca su
liberación” (Lc 21,28) Esperamos con ganas, con deseo.
Esperamos,
pero no sentados, sino muy vivos. Miramos alrededor. Buscando el
bien para nosotros y para otros. Escuchando tu palabra y las palabras de
quienes están cerca. Esperamos, sin desesperar. Conscientes de que
estás cerca, de que hay que aprender a descubrirte. Con la ilusión
renacida de quien escucha otra vez un anuncio deseado. Te necesitamos, y
por eso ahí va un grito, una plegaria, un canto: “Ven”! ¿Cómo vivo yo
este adviento? ¿Qué hay en mi vida de búsqueda, sueño, anhelo, deseo...
que concuerde a los deseos con Dios?
" El Señor me ha enviado para dar la buena noticia a los que
sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la
amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad..." (Is 61,1-2)
Se acercan el amor, los motivos, la presencia que una vez
más ha de llenar nuestro horizonte. Viene la palabra que pondrá
sentido en el día a día. Quizás te nos harás un poco más visible.
Vencerá el perdón... Resonará muy dentro una canción que ha de
despertar oleadas de júbilo. Se pronunciará una palabra que será la
mejor herramienta. El ritmo de los días volverá a ser danza.
Venceremos el miedo a vivir. El abrazo será hogar, y habitarás nuestra
oración. Y lo sorprendente es que todo eso que viene en realidad ya está
aquí. El germen crece imparable. ¿En qué se concreta para mí la promesa
de Dios? ¿Qué espero o deseo de verdad?¿Cuál es la buena noticia en la
que creo?
No es este un tiempo
para la esperanza? Pues esperemos, pero no sentados sino bien
vivos, bien activos, amando. Esperemos que mejoren las vidas de
quienes nos rodean. Esperemos que los solitarios tengan este año
alguien que les recuerde (¿tal vez podemos llamar, escribir,
cuidar a los más descuidados?). Esperemos que se encienda
alguna luz de ilusión en espacios de sombra (¿tal vez yo
pueda encender alguna?). Esperemos que en medio del vértigo y
de tantos preparativos alguien se acuerde de que Dios viene.
Esperemos que haya más signos de ternura y menos golpes, más risas y
menos ceños fruncidos, menos broncas y más reconciliaciones. Y
digámoslo. Y cantémoslo. Y vivámoslo. Que el Dios que sigue viniendo es
la fuente de la alegría profunda. Sin caer en voluntarismos
innecesarios, ¿Puedo “preparar” mi mundo, o la parcelita que me toca, en
estas semanas? ¿Qué puedo hacer para que se note esta venida? En mi
familia, o en mi comunidad, en mi lugar de trabajo, o en los contextos
en que me muevo...
Mas
tú, Señor, reinas por siempre, tu recuerdo alcanza de edad en
edad. Te alzarás, compadecido de Sión, que es tiempo de apiadarte de
ella” (Salmo 102,13-14) Esperamos porque sabemos de quién nos
hemos fiado. Porque preparamos los caminos para una venida que
ya comenzó hace mucho. Porque en la vida es fundamental
mantener una memoria agradecida por todo lo recibido. Aprender de
una historia muchas veces trenzada en golpe y dicha. Recordar las
ausencias justas con gratitud, y las injustas con valentía. En los
momentos de dicha recordamos que todo es don. Y en las noches
oscuras, en los momentos en que parece que algo falta, en las
épocas de dolor o sufrimiento, recordamos las bendiciones que en
otros momentos han llenado nuestras vidas de pasión. Y la entrega de un
Dios cuya salvación ya comenzó de manera que Él no se retrasó. La
sorpresa del Dios del pesebre y la historia de una salvación extraña.
Recordamos con gratitud, y nos vivimos como partes de una historia.
Recuerdo, en este tiempo de adviento, la historia grande de
la que soy parte. Recuerdo que Dios lleva viniendo mucho tiempo
(en lo grande y en lo pequeño).