Es la fiesta de Cristo Rey.
Y quizá clamemos: ¡Viva Cristo Rey! Y hasta sus santuarios visitemos, pero y qué tal a la hora en que nos encontramos calumniando, enjuiciando, contestando mal a los demás, tratando mal a los indefensos, o simplemente somos arrogantes, soberbios, orgullosos, mentirosos, indiferentes……
Jesús, nada tuvo que ver con todo eso. Él nos dio el ejemplo de reinar: amando a manos llenas, sin peros, ni porqués. Su forma de reinar fue desde el trono de la cruz, desde el abandono en las Manos del Padre, desde su desapego, desde su Amor incondicional, desde su incondicional solidaridad con los seres abandonados (incluyendo animales tan maltratados).
Hoy la liturgia me habla, te habla de un Jesús que es rey. Es la fiesta de Cristo Rey. El reinado de Dios hecho carne entre los hombres. Quizá nosotros aún seguimos asociando la realeza al poder. Pero el poder de Jesús es el amar a manos llenas, aún aunque tú y yo, no le hagamos caso, porque al final, lo que nos volverá a Él, nos seducirá, es y será siempre su amor, Amor Verdadero. Su forma de reinar es desde el trono de la cruz.
Hay series de televisión en la que muchos/as quieren gobernar en un trono de hierro. Se creen con derecho a mandar sobre todos. Y utilizan todos los medios para conseguir el fin que desean. “El fin justifica los medios” -dicen. Y muchas veces lo vemos a nuestro alrededor. Personas que buscan el poder y hacen todo lo posible por conseguirlo y después por retenerlo. Yo, tú que lees, tenemos esa tentación del poder. ¡Es tan sutil! “La información es poder” -decimos-. La capacidad de decisión es poder, pero ¡Cuántas veces decidimos tan mal, afectándonos y afectando a esta creación hoy tan dolorida! La influencia en las decisiones y la capacidad de mando sobre otros, aunque estos otros sean muy pocos. El poder siempre es atractivo. Lo busco, lo retengo. Me obsesiono.
Pero el poder de Dios no es el de los hombres. El otro día leía: Hablamos de un Dios que, al hacerse humano, se abajó, se anonadó, fue humilde hasta el extremo, no resistió la tontería humana, la necedad del corazón del hombre, sino que amó sin cansarse, comprendió la depredación tuya, mía. Sin contemplar a Jesús HUMILDE, SOLIDARIO, uno corre el peligro de vivir instalado en pedestales. De honor y de riqueza, de sabiduría y de elocuencia, de triunfo y fortaleza, de ideas y proyectos: pedestales que al tiempo te protegen y te aíslan, y que, si te descuidas, te van encerrando en burbujas herméticas, cerradas en donde ni Dios entrará, porque tú y yo le cerramos la puerta y evitamos que toque con su gracia nuestro propio corazón.
El poder me aísla de los hombres, me protege aunque sea por poner caretas falsas de mi mismo/a. En mi poder soy inaccesible. Dejo de ser misericordioso/a. Estoy lejos de los que sufren. No me interesan. Lejos de los que no tienen poder e influencia. Me da miedo no tratar igual al poderoso que al necesitado. No actuar de la misma manera ante el que me puede hacer un favor con su poder que al que no tiene nada que ofrecerme. Y me da miedo rendir pleitesía a los poderosos de la tierra, siempre buscando beneficios, todo en aras de un bien mayor, todo “por el reino de Cristo” -decimos- ¡Cuánto me miento! Pensando que el fin justifica los medios. Temo aferrarme a mis cargos e influencias. No quiero buscar mi bien al estilo de Jesús, porque esto me desinstalaría de tanto egoísmo propio. Me dedico, a proteger mi vida para que nadie pueda hacerme daño y quitarme lo que poseo aunque esto sean puros apegos que me tienen esclavizado/a y no soy libre, no se qué es eso de "La gloriosa libertad de los hijos de Dios" y TODOS creyentes o no, somos suyos. Y por eso, temo mi vulnerabilidad que se deja encandilar por el que tiene poder. ¡Jesús!... ya no quiero arrodillarme ante ningún hombre y sí ¡¡Quiero comenzar a amar como Tú!!
No deseo pasar de largo ante tu corona de espinas, Jesús, en la cruz. Miro los calzados lujosos y desdeño tus pies descalzos de Jesús. Miro la mano que gobierna el mundo con el poder del mundo. Pero no quiero dejar de mirar los pies descalzos y heridos de los seres que respiran y pasan junto a mi.
Busco la mano silenciosa del Padre Celestial que es inmensa bondad, que dirige el mundo sin que yo lo
vea. Quiero aceptar que no puedo hacer muchas cosas, porque no soy
todopoderosa/o. Anhelo asumir la impotencia de Jesús ante nuestra ¡¡Locura mental!! Mi poder es tan pequeño y frágil, estoy lleno/a de quejas. Quiero poder hacerlo todo bien. Quiero tener éxito y
reconocimiento siempre, pero he de despertar y darme cuenta que lo que necesito es aprender a tolerar las "manchas negras" del otro,
porque yo también tengo las mías, y sólo esto anulará la posibilidad de reclamo. El que se condena a sí mismo, condenará a los demás, porque se siente "juez". Dios no es juez, Dios es Padre y nos ama con locura y a muchos y muchas no les conviene creer en esto, para seguir en el poder de ¡¡manipular!! No condenes a nadie. Si ves el mal en el mundo es por quienes lo habitamos y no porque lo haya causado Dios. Dios nos creó para SER AMOR SIN CONDICIONES y a muchos y muchas les gustaría que Dios condenara o mandara a quien hace mal, a ciertos lugares, pero mira porfa, lee la parábola de los trabajadores Mateo 20, 1-16: hasta a los que no trabajaron les da lo mismo que a los que si trabajaron. Y para mi, para ti tan superficiales que somos, nos enoja que Dios ame sin condiciones, sin merecimientos!! Y es que tenemos espíritu fariseo, cumplidores de normas, de leyes y ¿el amor? ¡que le den!! Dice Juan de la Cruz que Dios puede hacer pleno en un instante aún al que nosotros juzgamos tan mal, porque Dios es el único que conoce el corazón, el interior de cada uno, de cada una.
Dios quiere que crezcas, hasta donde y cuando tú vayas decidiéndolo, pero que crezcas en el darte, en el entregarte sin medida a Él y a su creación. Dios quiere con tu actitud llena de fe adulta, de esperanza sin límites, solidario/a, seas feliz, sea cual sea la realidad que te toque vivir.
El reino de Jesús no es de este mundo. No entra en nuestro criterio humano herido por tanto egoísmo (eso que llaman "pecado" que simplemente significa "tropiezo"). El reino de Jesús, no tiene que ver con mis prioridades, a veces mal establecidas. El reino de Dios crece en la humildad, en la impotencia, mucha impotencia ante tanta necedad, ceguera interior, crece, en la fidelidad divina en medio de la noche. Es el reino que trae la paz en medio de la tormenta. El poder que Jesús manifiesta nos sorprende. Porque brota no del miedo, sino del amor. Es el poder del que me ama y consigue así de mí todo lo que quiere. Porque ante el amor que recibo me siento vulnerable. Aquél que me ama tiene un extraño poder sobre mí. El que me ama de forma incondicional e inmerecida (porque no se trata de ganar el cielo o merecer) tiene un poder inmenso que me deja indefenso. El Reino, su Reino ya es una realidad hoy, aquí y ahora en nuestro interior, pero ¿quiero, quieres vivirlo? El Reino de Dios es ¡¡Él mismo!! No puedo hacer nada frente a tanto amor. El Reino de Dios, su amor no se compra porque es gratuito, viene de la infinita bondad de Dios y no nos exige; es: ¡¡SI QUIERES!! Y entonces, mi seguimiento brota del amor que recibo, me cautiva!!
El amor de Jesús a los hombres no impidió que lo mataran y seguimos igual: matando con nuestra forma de ser muy lejana a la forma de ser de Jesús. Algunos se cerraron a ese amor haciéndolo imposible. Su aparente impotencia produjo rabia e ira en los que querían matarlo. ¡Jesús fue y es el regalo compasivo del Padre! No tenían poder sobre Él, porque Jesús no temía perder la vida. Jesús era libre y se convirtió en alguien insobornable. El que no tiene nada que perder, nada teme, nada le puede turbar. Jesús, simplemente se abandonó en las manos de su Padre. Nunca se resistió. Y no resistirse, a Jesús lo hizo poderoso, pleno en la cruz. Desde ese madero ama a todos y más aún al que lo odia. Acoge al que lo persigue. Pero decimos: ¡Es imposible amar así. Yo no soy Dios, yo no soy Jesús! Normalmente no esperamos amor cuando odiamos. Ni siquiera un abrazo cuando despreciamos. Pero así es Dios. Me ama, aunque yo no lo ame. Y nos hizo capaces de ser amor sin condiciones. Otra cosa es que no queramos SER, que no queramos AMAR como Él. El Padre Dios necesita que comiences por amarte y que ames. Quiere -para que tú seas feliz- tu entrega, que te dones. No lo necesita para amarte. Él siempre nos ama primero. Y Dios ahora mismo te mira lleno de amor y esperanza. Cree en mí, en ti y espera y nos ama.
Hoy me arrodillo ante la impotencia de Dios. Me sumerjo en ella y no resisto al mal ni mío ni de nadie sino que me sumerjo en ese inmenso amor, porque ahora se que su amor infinito es el mayor poder de Dios ante los hombres. Ese amor es su forma de reinar. Reinar desde el servicio, reinar desde la humildad. Hoy Jesús me mira, te mira para que aprendamos a amar y a servir como Él nos ama y nos sirve. Es un cambio en mi mirada, en tu mirada. Su reino no es de este mundo. ¿Y mi reino? mi reino busca el poder del mundo. Quiero cambiar las leyes. Acabar con la injusticia y el odio. Implantar todos los valores que deseo vivir en mi entorno. Y sufro en mi impotencia. Estoy tan lejos de tocar su reino en la tierra. Pero DESPIERTO, despierta tú que lees!! Vivamos el Reino del amor incondicional, hagamos el bien que podamos SIN ESPERAR NADA, pues donde un corazón ama ahí está Dios amando.
El reino de Dios sigue creciendo en la tierra. No como los hombres esperan. Crece de manera misteriosa en el sí de cada ser humano creyente o no que ama de verdad. El reino de Dios me habla de un Dios que quiere reinar en nuestra vida. No nos habla de un Dios ausente. No nos hace pensar en un Dios lejano: Un Dios que no reina indiferentemente en un trono por encima de las nubes, sino que está presente en la vida de cada hombre, que está presente en cada ser que respira. Un Dios que tiene un plan para el mundo: Que nos respetemos, que nos amemos por encima de todo cuanto mentalmente nos separa.
A veces cuesta comprender tanta injusticia, tanto mal, tanto dolor. Y
creer en un Dios que nos ama con locura, pero aparentemente ante mi mirada miope, permanece impasible sin hacer nada. Me
gustaría más un Dios que siempre hiciera milagros extraordinarios. Pero hoy comprendo que el mayor milagro que Dios hace es el que yo quiera AMAR COMO ÉL, a manos llenas, sin cansarme siempre descansando en Él.
¿Cómo se puede entender que Dios reine en mi vida cuando está llena de
injusticias? ¿Cómo creer en un Dios que me conduce con amor cuando yo sólo
percibo odio y desprecio? Sé que Dios no me manda desgracias ni le manda a nadie, guerra, destrucción, hambre, injusticias, sin embargo nos da la
fuerza necesaria para sacar lo mejor de todo lo que nos toca vivir. El Padre Dios no le evitó la cruz a Jesús, Dios no podía irrumpir en la libertad de quienes le condenaron, pero sí le cambió su mente a Él, a Jesús, le cambió su forma de vivir, de contemplar, de mirar estos hechos tan cruentos, tan dolorosos.
Creo en ti, ¡¡Abba!! que me buscas y sostienes cuando me siento pobre y desvalida/o. Sé que Jesús, su reinado me muestra a ti, Dios presente, vivo, amante y actuante. Un Dios que no se desentiende de mí, qu me quieres y aceptas así como estoy decidiendo ser, así como soy. No eres un Dios lejano e impasible. Sufres conmigo. Sufres por mí. Me buscas cuando he caído para levantarme. Y noto tu abrazo cuando me siento pobre y sin ánimos, Dios personal que caminas conmigo en medio de mis pasos. Y muy dentro de mí.
El reino de Dios sucede en el Misterio del Amor sin condiciones. Jesús es imagen del Dios “invisible” que actúa en lo visible a través de mi, de ti que lees. Ocurre en la semilla que crece lentamente y bajo tierra, aunque yo no lo vea. Aparece en el amor silencioso entre dos personas, cuando se aman con un corazón sincero. Se muestra en la vida entregada en un servicio no reconocido, que no es noticia. Creo en ese reino que acontece donde menos lo espero. No llega con trompetas ni con gritos de júbilo. Llega en esa donación hacia los seres más necesitados incluyendo animales, plantas. No ocupa las portadas de la prensa. Ocurre en el silencio del que nadie habla. En el corazón que se convierte sin que nadie sepa. Y en la vida de aquel que se ofrenda, para dar vida a otros en lo oculto de su amor. Así crece un reino invisible. Donde está el amor, allí está Dios. Actuando, salvando, sanando, y cree en todo lo que puedo llegar a dar si me dejo hacer, si me convierto en instrumento dócil en sus manos. No es todo el que me dice: "Señor, Señor" ni en sus penitencias -dice el Señor- sino el que AMA a manos llenas. Dios que usa mi herida para dar vida a otros. No ha habido otro modo de extender el reino que no sean las obras y la vida del creyente o no creyente, que lucha cada día por vivir la voluntad de Dios que es que el Amor incondicional se haga realidad en la Creación.
El reino
se realiza en mi sí diario y sencillo para no ser grosera/o, sino acogedor. En mi entrega honda y verdadera En mi
seguimiento fiel en medio de las luces y de las sombras. El reino viene a mí
cada vez que abro la puerta de mi vida a Jesús, y que Él me ayude a cambiar mi
forma de pensar tan racista, tan elitista, tan soberbia, tan egoísta. Él reina
en mí cuando me dejo conducir por sus deseos. Cuando es Él con su poder el que
reina y no el mundo o mis impulsos o mis gustos y deseos tan egoístas ¡Qué fácil dejar que
sean otros los que reinen y decidan en mi corazón! Me apego a lo que me destruye de mi mismo/a, y dejo que sean otros los que gobiernen mi vida. Otros los que manden
en mí. ¿Qué me está limitando a ser amor sin condiciones, aquí en mi propio interior?
Quiero abrir mi vida para que en ella Jesús entre y reine. Su reino pertenece a mi corazón. Y en su silencio puede cambiar mi vida y la de muchos. Jesús necesita mi sí, mi entrega silenciosa, mi alegría y mi fuerza.
Para vivir su Reino hoy, aquí y ahora, lo único que necesito es decir “sí, al amor sin condiciones, a la honestidad de vida” a cada minuto,
y nada más. ¡¡FELIZ DÍA DE CRISTO REY!!
El Padre de inmensa bondad, no puede hacer muchas cosas sin mí. Necesita mi vida para dar vida a otros. Su reino crece dentro de mí y llega a otros. Mi sí a su voluntad que es que ame como Él, abre la puerta. Mi sí a mi vida tal y como es. Mi sí como el de María en la anunciación a un plan que no conozco o que no controlo. Ese "sí" mío, débil y apasionado, es el que me hace nacer de nuevo. Sí a su voluntad hasta en los planes más pequeños y frágiles. Me cuesta tanto decirle que sí a Dios cuando el ego está ahí…. Me resulta todo un reto aceptar siempre sus planes. Pero es la única forma de que se haga vida en mí su Reino hoy aquí y ahora. Es la única forma de que venza en este mundo el amor de Dios. Me conmueve pensar en esa docilidad al Espíritu. No la tengo, pero la deseo, por eso, “Enséñame a amar como tú Jesús”, le digo a cada momento. Amén.