domingo, 17 de septiembre de 2023

Perdona y perdónate siempre

 


Cuando te niegas a perdonarte no cambias el pasado y sí paralizas tu presente, hasta puedes enfermar. ¡¡Despierta!! Nadie nace sabio. Hubiésemos querido no cometer ningún error durante toda nuestra vida y sobre todo, hubiésemos querido jamás dañar a ningún ser vivo.

A lo largo de la vida vamos tomando decisiones, unas más acertadas que otras. Decisiones sujetas a infinidad de circunstancias, de heridas no sanadas, de no saber de qué va la vida, de verte envuelta/o en un duelo muy doloroso, etc. Así que por el camino podemos equivocarnos, fallar, herirnos y herir a otros, hasta a animalitos, a plantas. No obstante, y pese a todo, todas las experiencias forman parte del proceso y es inevitable cometer errores. 

Tanto aquello en lo que acertamos, como en aquello que no salió como esperábamos, nos enseña y nos convierte en la persona que somos, pero que hemos de ir transformando poco a poco, trabajando interiormente para tender a ser personas sabias, sencillas, más sanas interiormente reaccionando cada vez más como Jesús y no como el dolor de las heridas nos arrastren. Para ello, necesitaremos siempre, siempre, siempre, damos tiempo para escribir tanto error, heridas que nos vinieron de otros, de otras, pero sobre todo, heridas que causamos a otros seres indefensos como son los niños, los animalitos, las personas muy mayores, nuestra propia madre o padre etc. Cada quien sabe qué es lo que más necesita sanar, y en lo que más necesita reconciliarse, pese a que aquello haya ocurrido hace muchos años y esos seres ahora vivan en el corazón de Dios. Para crecer en sabiduría, es necesario perdonarse a uno mismo.


Cuando sobredimensionamos nuestros fallos, cuando le damos vueltas y más vueltas imaginando siempre lo peor de lo peor sin hacer nada al respecto como escribir todo eso e imaginarse viviendo en la fe, a ese ser a esa persona, a esa circunstancia, siendo bañada por la luz de Jesús, por su amor, por su sanidad, y cuando no logramos integrar todo eso como parte de nuestra historia y de nuestra falta de sabiduría, eso que llamamos “culpa”, puede paralizarnos y causarnos una seria depresión.

Las culpas no existen. Si lo piensas, todo fue por alguna causa y si es posible habrás de encontrarla, para que razones ante eso que sucedió escribiéndolo hasta que tu corazón esté más y más en paz, pues vivir pensando en que todo pudo ser distinto, lamentando una acción que ya no puede ser cambiada, solo trae dolor y amargura. Como dice Padre Ignacio Larrañaga: ¡Qué sabemos del otro lado de las cosas! Por ello, en este mismo instante, empieza a ser indulgente y profundamente misericordiosa/o y compasiva/o con tu niña/o, tu pre-adolescente, tu joven, tu adulto, y perdónate. Y cuando estés escribiendo, trae a tu memoria a quien maltrataste, o abandonaste, a quien humillaste, a quien cometiste alguna injusticia o traición y abrázale con profundo amor y pídele perdón. Abraza!!!! Abraza mucho!!! Y juntamente siente ese amor INCONDICIONAL DE DIOS y acepta y cree desde la fe adulta, que quien maltrataste o abandonaste a quien causaste mucho dolor, ya está en los brazos, en el corazón amoroso del Padre Dios.

Insistimos en la importancia de conocer las causas de nuestra incapacidad para perdonarnos porque eso puede ayudarnos mucho a superar aquello que nunca hubiéramos haber dicho o hecho.  No hay realidades imperdonables por increíble que nos parezca. Pues hasta el salmista dice: ¡Quién resistiría si tú no nos perdonaras! Dios sabe de nuestra naturaleza, de nuestras heridas sin sanar, de la gran ignorancia en la que vivimos, sobre todo de niños, de preadolescentes, de jóvenes, de adultos. 


Un ego sancionador, inquisitorio, es peligroso. Mira si tu falta de perdonarte es por orgullo camuflado por no aceptar que te equivocaste, que hiciste mucho daño. Es verdad que hay mucho daño hecho y a veces grave y no tiene reparación, pero quien le da vueltas y vueltas y vueltas y no quiere sanar soltando todo eso en las Manos de Dios y hablándole a esa persona, a ese bebé a ese animalito abandonado, herido: Mírale en tu interior y háblale, y pídele perdón, explícale cómo pensabas entonces, dile que tú misma/o no te amabas y que a penas lo estás aprendiendo y practicando….abrázale… mira cómo eres perdonado….llora tu dolor pidiendo perdón humildemente. Generalmente a las personas que les cuesta perdonarse a sí mismas suelen ser personas muy duras consigo mismas. Por tanto, al cometer el más mínimo error empiezan a castigarse.

Agentes externos. La incapacidad para personarse a uno mismo también se puede ver alimentada por el recuerdo constante que nos hace nuestro entorno. Por ejemplo, cuando un ser querido no deja de culpabilizarnos por un fallo cometido. Estas causas se pueden dar simultáneamente en una persona y perjudicar severamente su autoestima. Es por ello que necesitamos estar atentos a estas señales y ser más autocompasivos. Recuerda que todos cometemos errores, eso, es “normal” debido a nuestra gran inmadurez, a nuestro egoísmo. Así que necesitas hacer un trabajo sobre tu propia persona.

Hiciste lo mejor que pudiste. Muchas veces analizamos nuestras decisiones pasadas desde el prisma de la persona que somos hoy en día. Con lo que hoy sabemos, nuestros pasados actos pueden parecernos descabellados, errados, tremendos. Así, nos flagelamos por no haber escogido mejor nuestras palabras y comportamientos, y nos culpamos sin cesar. Sin embargo, olvidamos que en ese momento no contábamos con el mismo conocimiento que ahora. Seguramente nos faltaba madurez y experiencia, y actuamos lo mejor que pudimos basándonos en aquellas circunstancias. Hiciste lo mejor que pudiste en función del nivel de conciencia que tenías entonces. Lo que ocurrió, tuvo que ocurrir. No pudiste hacerlo de otra forma porque no sabías, o porque simplemente creíste que era lo mejor. No olvidemos: ¡Qué sabemos del otro lado de las cosas!

 


Por tanto, no es lógico castigarte sin tener en cuenta el contexto. Si hoy opinas diferente, agradece que pudiste realizar el aprendizaje y sé compasiva/o con tu yo del pasado. Ese yo, no lo sabía. Quizá en ese momento tus prioridades eran diferentes, tus miedos más acuciantes y tus recursos más limitados. Hiciste lo mejor que pudiste, y lo único que podías hacer.

En ocasiones nos cuesta perdonar porque sentimos que hacerlo implica justificar un comportamiento erróneo. Nos aferramos al rencor pensando que este constituye una especie de penitencia hacia quien obró mal es decir, Tú. Sin embargo, la única persona que sale herida es la que se niega a perdonarse, a perdonar. No perdonarte, es como tomar veneno y esperar a morir remordiéndote, enojándote, haciéndote infeliz, porque crees que reconciliarte con ese mal que hiciste te haría libre, y crees que por ese mal que hiciste, no mereces vivir en libertad interior, no mereces ser feliz, no mereces vivir en paz.


Cuando no nos perdonamos a nosotros. Somos incapaces de hacerlo porque, tal vez, las consecuencias que generamos fueron dolorosas y desagradables, injustas. Sin embargo, no podemos volver atrás en el tiempo y cambiar lo sucedido. Seguir reprochándonos solo nos llena el ser de amargura y nos impide continuar nuestro camino.


Perdonarse a uno mismo es reparar errores. La culpa (que no existe más que en quienes quieren creer en ella) sin acción es el sentimiento más inútil que existe, no alivia ni al culpable ni al ofendido. En su lugar, es preferible actuar y resarcir el daño causado si es posible y nunca jamás volver a hacerlo. Pedir perdón y hacer lo que esté en nuestra mano por compensar al damnificado. Cuando se trata de nosotros mismos, el funcionamiento es similar. Pídete perdón por lo negativo que trajiste a tu vida con tus decisiones erróneas y trata de compensarte. Trátate con infinita compasión, clemencia, ternura, misericordia.

Por ejemplo, si aún te culpas por haber permitido que alguien te faltase al respeto. Discúlpate contigo mismo por no haber sabido defenderte mejor, y ofrécete ahora todo el amor propio que no pudiste entregarte en aquel entonces. Libérate y sigue adelante.

Mientras estés aprendiendo, no estás fallando. El fallo forma parte del aprendizaje, nos enseña a conocernos y a mejorarnos. Seguramente, incluso el peor error de tu vida, te ha traído una valiosa lección que no tendrías si no lo hubieras cometido. Por ello, asegúrate siempre de extraer sabiduría de tus errores. Mientras estés aprendiendo, no estás fallando.


Reconfigura tus pensamientos. Por último trata de modificar la imagen que tienes del error. Este no es el enemigo, no es un elemento negativo que hay que eliminar de nuestra vida. Errar no nos hace malas personas, no merecemos ser castigados de por vida. Analiza siempre lo que haces. Puede parecer muy obvio aconsejar esto, pero cuando llega el momento de enfrentarse a los propios fallos se pierde la perspectiva de uno mismo. Por eso, antes de flagelarte, haz un estudio exhaustivo de tus motivos, impulsos, pensamientos y emociones. Solo así conseguirás vislumbrar el entramado de procesos psicológicos que han dado lugar a tu error.

Conecta con tus emociones. Una vez que has descubierto qué estabas sintiendo en el momento de tu error, párate un momento extra a conectar con esas emociones. Perdonarse a uno mismo pasa por revivirlas, integrarlas en tu ser y aceptarlas. Solo así podrás hacer una gestión emocional correcta en futuros casos similares.

Meditar y visualizar el perdón. Es posible que los errores que has cometido no tengan solución en el presente. Cuando esto ocurre, la culpabilidad puede arrastrarse como una pesada losa durante años. En estos casos, una técnica útil es acudir a la meditación y a técnicas de visualización, y escritura, donde puedas ahondar en esas imágenes que te hacen daño emocional y dibujar situaciones donde se alivie tu dolor.

Perdonarse a uno mismo es permitirse avanzar. En definitiva deja de culparte por tu pasado. Date una nueva oportunidad. Eres merecedor de experimentar una vida plena y libre, tienes derecho a caerte y levantarte, a tomar decisiones equivocadas y aprender de ellas. Tus errores no te definen, lo hace la actitud que tomas ante ellos. Por eso compréndete, perdónate, aprende y sigue adelante sin ese pesado lastre. 


Lo único que tienes qué hacer diariamente es ser honesto contigo mismo, honesta contigo misma, reparando lo que tengas qué reparar pero jamás remordiéndote una y otra vez por lo que hiciste y que no hizo ningún bien a otro, a otra. Se humilde con la gracia de Dios para levantarte y para no condenar nunca a nadie. Retírate a la soledad y al silencio para permitirle a Dios hablarte al corazón. Jamás abandones esos tiempos vitales para ti. Ámate a pesar de… y ama a los seres humanos a pesar de…


 

Terapia visual de pensamientos sabios 2