domingo, 17 de septiembre de 2023

Perdona y perdónate siempre

 


Cuando te niegas a perdonarte no cambias el pasado y sí paralizas tu presente, hasta puedes enfermar. ¡¡Despierta!! Nadie nace sabio. Hubiésemos querido no cometer ningún error durante toda nuestra vida y sobre todo, hubiésemos querido jamás dañar a ningún ser vivo.

A lo largo de la vida vamos tomando decisiones, unas más acertadas que otras. Decisiones sujetas a infinidad de circunstancias, de heridas no sanadas, de no saber de qué va la vida, de verte envuelta/o en un duelo muy doloroso, etc. Así que por el camino podemos equivocarnos, fallar, herirnos y herir a otros, hasta a animalitos, a plantas. No obstante, y pese a todo, todas las experiencias forman parte del proceso y es inevitable cometer errores. 

Tanto aquello en lo que acertamos, como en aquello que no salió como esperábamos, nos enseña y nos convierte en la persona que somos, pero que hemos de ir transformando poco a poco, trabajando interiormente para tender a ser personas sabias, sencillas, más sanas interiormente reaccionando cada vez más como Jesús y no como el dolor de las heridas nos arrastren. Para ello, necesitaremos siempre, siempre, siempre, damos tiempo para escribir tanto error, heridas que nos vinieron de otros, de otras, pero sobre todo, heridas que causamos a otros seres indefensos como son los niños, los animalitos, las personas muy mayores, nuestra propia madre o padre etc. Cada quien sabe qué es lo que más necesita sanar, y en lo que más necesita reconciliarse, pese a que aquello haya ocurrido hace muchos años y esos seres ahora vivan en el corazón de Dios. Para crecer en sabiduría, es necesario perdonarse a uno mismo.


Cuando sobredimensionamos nuestros fallos, cuando le damos vueltas y más vueltas imaginando siempre lo peor de lo peor sin hacer nada al respecto como escribir todo eso e imaginarse viviendo en la fe, a ese ser a esa persona, a esa circunstancia, siendo bañada por la luz de Jesús, por su amor, por su sanidad, y cuando no logramos integrar todo eso como parte de nuestra historia y de nuestra falta de sabiduría, eso que llamamos “culpa”, puede paralizarnos y causarnos una seria depresión.

Las culpas no existen. Si lo piensas, todo fue por alguna causa y si es posible habrás de encontrarla, para que razones ante eso que sucedió escribiéndolo hasta que tu corazón esté más y más en paz, pues vivir pensando en que todo pudo ser distinto, lamentando una acción que ya no puede ser cambiada, solo trae dolor y amargura. Como dice Padre Ignacio Larrañaga: ¡Qué sabemos del otro lado de las cosas! Por ello, en este mismo instante, empieza a ser indulgente y profundamente misericordiosa/o y compasiva/o con tu niña/o, tu pre-adolescente, tu joven, tu adulto, y perdónate. Y cuando estés escribiendo, trae a tu memoria a quien maltrataste, o abandonaste, a quien humillaste, a quien cometiste alguna injusticia o traición y abrázale con profundo amor y pídele perdón. Abraza!!!! Abraza mucho!!! Y juntamente siente ese amor INCONDICIONAL DE DIOS y acepta y cree desde la fe adulta, que quien maltrataste o abandonaste a quien causaste mucho dolor, ya está en los brazos, en el corazón amoroso del Padre Dios.

Insistimos en la importancia de conocer las causas de nuestra incapacidad para perdonarnos porque eso puede ayudarnos mucho a superar aquello que nunca hubiéramos haber dicho o hecho.  No hay realidades imperdonables por increíble que nos parezca. Pues hasta el salmista dice: ¡Quién resistiría si tú no nos perdonaras! Dios sabe de nuestra naturaleza, de nuestras heridas sin sanar, de la gran ignorancia en la que vivimos, sobre todo de niños, de preadolescentes, de jóvenes, de adultos. 


Un ego sancionador, inquisitorio, es peligroso. Mira si tu falta de perdonarte es por orgullo camuflado por no aceptar que te equivocaste, que hiciste mucho daño. Es verdad que hay mucho daño hecho y a veces grave y no tiene reparación, pero quien le da vueltas y vueltas y vueltas y no quiere sanar soltando todo eso en las Manos de Dios y hablándole a esa persona, a ese bebé a ese animalito abandonado, herido: Mírale en tu interior y háblale, y pídele perdón, explícale cómo pensabas entonces, dile que tú misma/o no te amabas y que a penas lo estás aprendiendo y practicando….abrázale… mira cómo eres perdonado….llora tu dolor pidiendo perdón humildemente. Generalmente a las personas que les cuesta perdonarse a sí mismas suelen ser personas muy duras consigo mismas. Por tanto, al cometer el más mínimo error empiezan a castigarse.

Agentes externos. La incapacidad para personarse a uno mismo también se puede ver alimentada por el recuerdo constante que nos hace nuestro entorno. Por ejemplo, cuando un ser querido no deja de culpabilizarnos por un fallo cometido. Estas causas se pueden dar simultáneamente en una persona y perjudicar severamente su autoestima. Es por ello que necesitamos estar atentos a estas señales y ser más autocompasivos. Recuerda que todos cometemos errores, eso, es “normal” debido a nuestra gran inmadurez, a nuestro egoísmo. Así que necesitas hacer un trabajo sobre tu propia persona.

Hiciste lo mejor que pudiste. Muchas veces analizamos nuestras decisiones pasadas desde el prisma de la persona que somos hoy en día. Con lo que hoy sabemos, nuestros pasados actos pueden parecernos descabellados, errados, tremendos. Así, nos flagelamos por no haber escogido mejor nuestras palabras y comportamientos, y nos culpamos sin cesar. Sin embargo, olvidamos que en ese momento no contábamos con el mismo conocimiento que ahora. Seguramente nos faltaba madurez y experiencia, y actuamos lo mejor que pudimos basándonos en aquellas circunstancias. Hiciste lo mejor que pudiste en función del nivel de conciencia que tenías entonces. Lo que ocurrió, tuvo que ocurrir. No pudiste hacerlo de otra forma porque no sabías, o porque simplemente creíste que era lo mejor. No olvidemos: ¡Qué sabemos del otro lado de las cosas!

 


Por tanto, no es lógico castigarte sin tener en cuenta el contexto. Si hoy opinas diferente, agradece que pudiste realizar el aprendizaje y sé compasiva/o con tu yo del pasado. Ese yo, no lo sabía. Quizá en ese momento tus prioridades eran diferentes, tus miedos más acuciantes y tus recursos más limitados. Hiciste lo mejor que pudiste, y lo único que podías hacer.

En ocasiones nos cuesta perdonar porque sentimos que hacerlo implica justificar un comportamiento erróneo. Nos aferramos al rencor pensando que este constituye una especie de penitencia hacia quien obró mal es decir, Tú. Sin embargo, la única persona que sale herida es la que se niega a perdonarse, a perdonar. No perdonarte, es como tomar veneno y esperar a morir remordiéndote, enojándote, haciéndote infeliz, porque crees que reconciliarte con ese mal que hiciste te haría libre, y crees que por ese mal que hiciste, no mereces vivir en libertad interior, no mereces ser feliz, no mereces vivir en paz.


Cuando no nos perdonamos a nosotros. Somos incapaces de hacerlo porque, tal vez, las consecuencias que generamos fueron dolorosas y desagradables, injustas. Sin embargo, no podemos volver atrás en el tiempo y cambiar lo sucedido. Seguir reprochándonos solo nos llena el ser de amargura y nos impide continuar nuestro camino.


Perdonarse a uno mismo es reparar errores. La culpa (que no existe más que en quienes quieren creer en ella) sin acción es el sentimiento más inútil que existe, no alivia ni al culpable ni al ofendido. En su lugar, es preferible actuar y resarcir el daño causado si es posible y nunca jamás volver a hacerlo. Pedir perdón y hacer lo que esté en nuestra mano por compensar al damnificado. Cuando se trata de nosotros mismos, el funcionamiento es similar. Pídete perdón por lo negativo que trajiste a tu vida con tus decisiones erróneas y trata de compensarte. Trátate con infinita compasión, clemencia, ternura, misericordia.

Por ejemplo, si aún te culpas por haber permitido que alguien te faltase al respeto. Discúlpate contigo mismo por no haber sabido defenderte mejor, y ofrécete ahora todo el amor propio que no pudiste entregarte en aquel entonces. Libérate y sigue adelante.

Mientras estés aprendiendo, no estás fallando. El fallo forma parte del aprendizaje, nos enseña a conocernos y a mejorarnos. Seguramente, incluso el peor error de tu vida, te ha traído una valiosa lección que no tendrías si no lo hubieras cometido. Por ello, asegúrate siempre de extraer sabiduría de tus errores. Mientras estés aprendiendo, no estás fallando.


Reconfigura tus pensamientos. Por último trata de modificar la imagen que tienes del error. Este no es el enemigo, no es un elemento negativo que hay que eliminar de nuestra vida. Errar no nos hace malas personas, no merecemos ser castigados de por vida. Analiza siempre lo que haces. Puede parecer muy obvio aconsejar esto, pero cuando llega el momento de enfrentarse a los propios fallos se pierde la perspectiva de uno mismo. Por eso, antes de flagelarte, haz un estudio exhaustivo de tus motivos, impulsos, pensamientos y emociones. Solo así conseguirás vislumbrar el entramado de procesos psicológicos que han dado lugar a tu error.

Conecta con tus emociones. Una vez que has descubierto qué estabas sintiendo en el momento de tu error, párate un momento extra a conectar con esas emociones. Perdonarse a uno mismo pasa por revivirlas, integrarlas en tu ser y aceptarlas. Solo así podrás hacer una gestión emocional correcta en futuros casos similares.

Meditar y visualizar el perdón. Es posible que los errores que has cometido no tengan solución en el presente. Cuando esto ocurre, la culpabilidad puede arrastrarse como una pesada losa durante años. En estos casos, una técnica útil es acudir a la meditación y a técnicas de visualización, y escritura, donde puedas ahondar en esas imágenes que te hacen daño emocional y dibujar situaciones donde se alivie tu dolor.

Perdonarse a uno mismo es permitirse avanzar. En definitiva deja de culparte por tu pasado. Date una nueva oportunidad. Eres merecedor de experimentar una vida plena y libre, tienes derecho a caerte y levantarte, a tomar decisiones equivocadas y aprender de ellas. Tus errores no te definen, lo hace la actitud que tomas ante ellos. Por eso compréndete, perdónate, aprende y sigue adelante sin ese pesado lastre. 


Lo único que tienes qué hacer diariamente es ser honesto contigo mismo, honesta contigo misma, reparando lo que tengas qué reparar pero jamás remordiéndote una y otra vez por lo que hiciste y que no hizo ningún bien a otro, a otra. Se humilde con la gracia de Dios para levantarte y para no condenar nunca a nadie. Retírate a la soledad y al silencio para permitirle a Dios hablarte al corazón. Jamás abandones esos tiempos vitales para ti. Ámate a pesar de… y ama a los seres humanos a pesar de…


 

viernes, 4 de agosto de 2023

La belleza de tu alma

 


ABIERTOS AL BIEN, ABIERTOS AL AMOR INCONDICIONAL máxima belleza de un ser que respira….

En nuestros “Talleres para saber vivir” hemos insistido a tiempo y a destiempo que no hay personas que denominamos “malas” o “buenas”, porque hemos comprendido que todo ese mal que vemos en el mundo, tanta cosa, más bien procede de nuestro corazón tan maltratado. La inmensa mayoría, somos personas heridas, llenas de rencor, de gran ignorancia, de rebeldía, de creernos “buenesitos”, de creer en un Dios castigador y que no es el Dios de Jesús de Nazareth que es Padre lleno de Amor Incondicional. Y por otro lado, más bien hay personas que han querido abrirse a ese Amor sin condiciones de Dios, que están decidiendo cada día, ser mejores seres humanos, están decidiendo vivir su SER. Y desde la profundidad, desde la interioridad, ser compasión, misericordia, luz, belleza interior.

Todos los seres humanos sin excepción, tenemos en nuestro interior la capacidad de vivir esta vida EN AMOR sin condiciones, aunque muchas de las veces sea todo un reto vivirlo. Sí, todos sin excepción, tenemos esa riqueza de nuestro cerebro: esa parte reptil, tan útil, pero que hay que querer conocer y comenzar a educar, al igual que a nuestro sistema límbico desde donde se activan las emociones que por nuestra forma de pensar, vamos generando, y que si a cada instante decidimos por la sabiduría, por pensar al estilo de Jesús y al estilo de grandes hombres y mujeres que irradiaron e irradian belleza, será nuestro neocortex (la parte más inteligente) quien rija nuestros pensamientos, palabras y acciones, porque nosotros, el SER, nuestra alma, seremos quienes escribamos en ese cielo interior de nosotros mismos, toda la belleza que genera vivir en honestidad, en actitud alegre y positiva, en solidaridad y generosidad con los seres que respiran más necesitados. Vivir en libertad interior, caminando por la vida sin miedos infundados, y ayudando a que otros se unan a ese “Saber vivir”, que habla de saborear la vida, saborear el único instante que tenemos para ser FELIZ, el hoy, el aquí y el ahora.


Santa Teresita del Niño Jesús dijo: “Dios es el Cielo y Dios es en mi alma, así que en mi interior puedo vivir ese cielo en mi alma que es Dios, que es el Amor, en mi”.


Para vivir en sabiduría, necesitamos de buena actitud, y si creemos en Dios, pues la fe será el abre puertas para todo. Hablamos de fe adulta que no se basa en emociones que hoy están y mañana, ya no. Hablamos de esa fe adulta que se fundamenta en la fidelidad de Dios, sienta yo, o no sienta sensiblemente su Presencia. Él siempre ES en el interior del ser humano, en el corazón de su creación. SIEMPRE FIEL. Y Dios es la suma belleza. Nos hizo para sí, para ser bellos, por eso, nuestro corazón sólo está en paz, si descansamos en esa belleza de Dios y de nosotros mismos.

Somos bellos por participación. Dios nos ha dado ya todos los dones, de la “A” a la ”Z”, no nos falta nada, ningún don, ninguna virtud, ninguna cualidad, sólo hemos de querer comenzar a vivirnos. Sí, aprender a VIVIRNOS a nosotros mismos. Cada día y a cada momento, a solas o interactuando con los demás, incluyendo animalitos y naturaleza, nos presenta una oportunidad para desarrollar por ejemplo, a veces: paciencia, tolerancia, tender la mano no sólo a las personas, sino también a los animalitos que en nada son inferiores a nosotros, porque también son creación de Dios. Ser alegres y positivos, en lugar de tanta negatividad y tristeza que vamos generando con pensamientos derrotistas, fatalistas, victimistas. Podemos decidir ser bondadosos, generosos y solidarios, en lugar de ser mal pensados, avaros, y cerrados egoístamente sobre nosotros mismos.

Se trata de abrirnos a la verdad del amor por medio del conocimiento, del entendimiento, de la inteligencia, de la voluntad. Un ser humano pleno aún en medio de la circunstancia más dura, es creativo. Pero, cuando decidimos cerrarnos sobre nosotros mismos, egoístamente, opacamos la belleza, entonces se enciende un foco amarillo que nos habla de que puede ser “peligroso” si nos descuidamos, pues sin la belleza que somos, perdemos el sentido de la vida, el auténtico rumbo. Por lo tanto, podemos decir que la belleza, es una necesidad que tenemos todos los seres humanos. Sin ella, la vida puede convertirse en un desierto espiritual, en cambio, con ella convertimos el mundo en nuestra casa, y al hacerlo ampliamos la capacidad resiliente, la capacidad de alegría de darnos, traducida como actitud vital sabia y encontramos así consuelo en todo aquello que nos duele y podemos confortar a otros, a otras.


 La belleza del ser, no hace diferencia alguna entre atender y cuidar sólo a quienes nos llamamos "humanos" y que en realidad por como estamos ahora mismo a causa nuestra por tanta avaricia, egoísmo, por dormidos interiormente, podríamos llamarnos y somos, unos seres "SIN NOMBRE". La nobleza y el amor de los animales, de las plantas, de los árboles, nos superan.

Si en el camino te encontraras a un humano herido y también ahí junto estuviese un animalito herido, habrías de atender a LOS DOS!!! pues toda criatura que respira, es reflejo del amor de Dios, es digna, merece todo el cuidado, la ternura, el cariño.

El hombre religioso (el macho), entendió que habría de someter a la creación de Dios. ¡¡¡Horror y ERROR!!! ¿Qué entendió por "someter"? el misojismo o desprecio y abuso a la mujer? ¿Maltratar, abusar y matar para hacer negocio con los animales, con la tala de árboles?



La belleza no es sólo en esas “maravillas” que en ocasiones nos fascinan: paisajes y fenómenos de la naturaleza, música preciosa, sino también las maneras asombrosas de afrontar la vida que descubrimos en algunas personas que han querido trabajar y pulir esa belleza que ya son en su interior.

La belleza es como una revelación, es como el esplendor de lo real y de Aquél que no vemos, pero que sabemos que nos Ama. La belleza nos provoca un gozo profundo, y no una simple satisfacción pasajera. Tiene que ver con lo esencial del ser humano, con su vida interior y con su sed y vocación de sentido. Es también un camino y una puerta hacia una dimensión no visible, hacia la trascendencia, hacia Dios que nos habita. Tiene mucho de misterio, es una prueba inequívoca de que el ser humano es también espíritu, interioridad, capacidad de armonía, aspiración a lo más elevado, al bien, a ser una bendición para nosotros mismos y para esta creación tan maravillosa y que refleja la belleza de Dios.

 

El encuentro con la belleza en el interior del ser, tiene un poder transformador. Pero requiere la capacidad de contemplar, es decir, una forma de mirar y de escuchar que no es simplemente la de los sentidos. Es más bien la del corazón, la del espíritu humano. No es un simple placer. Es, propiamente hablando, gozo.

La descubrimos tal vez en el abrazo amoroso y consolador de una madre, en una sonrisa de felicidad, de agradecimiento, en la amabilidad de una persona que ni conocemos, en el nacimiento de un niño, o de un animalito, o de una plantita, de un árbol, en el esplendor de una puesta de sol, en el inabarcable horizonte del mar, en una melodía, en el paseo por un bosque en el otoño, en el encanto de un  campo habitado por el canto de los pájaros, hasta en el esfuerzo de un niño que ha conseguido por primera vez atarse los cordones de los zapatos.

Hoy, aquí y ahora podríamos preguntarnos: ¿En dónde descubro la belleza? ¿La descubro en mi mismo, en mi misma?


En esas preferencias, en esas experiencias y en esos gustos nos reflejamos y nos encontramos en cierto modo a nosotros mismos. El ser humano se hace a sí mismo según el modo en que concibe la belleza, es decir, según el modo de percibir, sensible e intelectualmente, el bien, la perfección y la plenitud en el ámbito de lo real.

La belleza alimenta nuestra energía y provoca en nosotros un gozo profundo, nos impulsa hacia lo mejor de nosotros mismos y nos hace intuir en la realidad y en las otras personas un “algo más” ideal y sublime, atrayente. Heidegger decía que las obras de arte despiertan en nosotros el misterio de la realidad; son, afirmaba, una revelación, una “epifanía del ser”.


La belleza viene de decidir, de elegir, de escoger, ser sabios al estilo de Jesús de Nazareth, de María de Nazareth y de tantos y tantas….

Y decir que una persona es sabia es lo mismo que decir que está dotada de sentido común y ejercitada en él, en la coherencia, practicidad, asertividad y capacidad para aprender de las experiencias y de los propios errores. Esa persona “bella”, sabia, posee un gran discernimiento y una extraordinaria y bien probada inteligencia emocional, y sabe como nadie gestionar con éxito la propia vida, las relaciones con las personas que aún están decidiendo vivir “dormidas” y no han despertado a la maravilla que son, y las situaciones más adversas, que son todo un reto vivirlas.

 

Confucio decía: “Lo que quiere el sabio lo busca en sí mismo, mientras que los dormidos, lo buscan en los demás”. La sabiduría, entendida como “ciencia de la felicidad”, de saber vivir, de mantener la mejor relación posible con nosotros mismos y también con los demás, cualesquiera que fuesen las circunstancias, no se hereda y es consecuencia del trabajo interior de crecimiento personal que todo ser humano si en verdad se ama como Dios le ha amado primero, necesitará querer realizar a lo largo de su existencia. Por tanto, Confucio está en lo cierto: buceando en nuestro interior nos acercaremos a ese bienestar integral que sintetizamos en el término “felicidad”.


 

Y el filósofo Séneca dijo: “Nadie es sabio por casualidad”. La capacidad para ser feliz, para ser bello interiormente, no se hereda ni se transmite en los genes. La sabiduría de vivir no nos viene ya desarrollada, sino que necesitaremos descubrirla y trabajarla nosotros mismos, en este peregrinaje que nadie puede ahorrarnos o hacer por nosotros. Dios va con nosotros, pero somos nosotros quienes hemos de querer trabajar con toda esa riqueza interior que ya somos.

Una persona bella interiormente, se ama, se asume con todas sus equivocaciones, porque sabe por experiencia que todo tienen un sentido profundo, que Dios por encima de todo, ha estado, está y estará ahí, siempre sosteniéndole y que le ayudará a sacar el mejor bien de todo para sí misma y para los demás.

 

Feo es lo contrario de bello. Feo y poco sabio, es todo aquello que destruye la dignidad humana, lo que inunda de frustración, ceguera espiritual, intemperancia, injusticia. Vida muy rebuscada, enfermiza; vida arrastrada permanentemente hacia afuera causándose mal en abundancia, muerte en gran cantidad hacia lo bajo y tenebroso. 

 


La belleza habla de unidad interior, es luz, es vida, es libertad interior, es amor incondicional, es sabiduría, es docilidad a todo cuanto construya. Fealdad habla de desorden, de caos, por ello, necesitamos reconocer nuestras propias sombras y sanar nuestra historia doliente para cada vez más y más, dejar traslucir esa belleza que ya Dios puso en toda su creación. Y es que la belleza tiende hacia lo alto. Por más que lo neguemos, somos del que es la fuente de la Belleza. Él es la Suma Belleza!!! Y nosotros: fruto de su belleza, de su esplendor, de su infinito Amor.

La virtud es bella, vive en el ser, en el bien desear, en el bien obrar. Nuestras emociones, toda esa gama de sentimientos que tenemos en nuestro sistema límbico, no son malos. Si están ahí es porque cumplen cada uno su función, y dependerá de nuestro neocortex, de nuestro lóbulo prefrontal, es decir, de lo que decidamos o no decidamos cultivarnos en sabiduría, en saber pensar, en saber elegir sobre lo que nos hará mejores seres humanos. Belleza, habla de SER. Simplemente SER.

El oro, es bello cuando se aleja de todo lo que podría afearlo y se queda sólo consigo mismo. Igual los seres humanos. Y lo que nos hará bellos tengamos fe o no, es saberse estar a solas siempre es decir, vivir en nosotros mismos en amor. Vivir intensamente a Dios, en sencillez. Amar a todo ser que respira, sin excluir a nadie.

Una persona bella, decide no por la fealdad es decir, no se maltrata con el rencor o resentimiento, ni con la deshonestidad, mucho menos con el auto victimizarse echando las “culpas” a otros, a otras. La fealdad aquí para nosotras es todo cuanto nos hace menos personas, lo que nos puede destruir interiormente, y Dios no creó seres “feos”, sino ¡¡¡bellezas interiores!!! ¡¡¡¡SOMOS BELLEZA DE DIOS!!!!


 

¡¡La creación de Dios es armonía, perfección en el Amor, Gracia, encanto!!!

Se cuenta que una vez, una maestra camino a la Universidad, en el camino, en un rincón, se encontraba siempre a una pobre mendiga que pedía limosna a los viandantes. La viejecita, como una estatua sentada en su sitio habitual, permanecía inmóvil, tendida la mano y fijos los ojos en el suelo. La maestra nunca le daba nada, al contrario de su compañera que casi siempre solía dejar caer en su mano alguna moneda.

Un día la joven le preguntó: - ¿Por qué no le das nunca nada a esta pobrecilla? - Creo que hemos de darle algo a su corazón, no sólo a sus manos, repuso la maestra.

Al día siguiente, la maestra llevó una espléndida rosa entreabierta, la puso en la mano de la mendiga e hizo ademán de continuar. Entonces sucedió algo inesperado: la mendiga alzo los ojos, miró a la maestra, se levantó del suelo con mucho trabajo, tomó la mano de la mujer y la besó. Acto seguido, se fue, estrechando la rosa contra su pecho. Nadie la volvió a ver durante toda la semana. Pero ocho días después, la mendiga de nuevo apareció sentada en el mismo rincón de la calle, inmóvil y silenciosa como siempre.

- ¿De qué habrá vivido esta mujer en estos días en que no recibió nada? -preguntó la compañera de la maestra. - De la rosa -respondió la maestra, es decir, del gesto de cariño, de cercanía, de calor humano y divino.

 

Ser bello, bella, es entregarse, dar lo mejor de sí y dar lo mejor de sí es lo que somos: AMOR SIN CONDICIONES, ternura, cariño, cuidado, como lo haría una verdadera madre, o como lo hace Dios ahora mismo contigo, conmigo.

¿Qué significa que la belleza es el esplendor de lo real? Estamos habituados, a considerar y apreciar como bello aquello que tiene algo en sí que lo hace agradable a nuestros sentidos y conmovedor a nuestro corazón. El gusto no sería entonces la causa de que algo sea bello, sino su consecuencia. ¿Lo que me doy, es realmente bello? Lo que doy a los demás, ¿es realmente belleza?


Viviendo como lo hizo Jesús de Nazareth, siendo como Él, AMOR, ¿qué podremos necesitar de afuera? Como dirá el filósofo Plotino, enamorado de Dios: “El verdadero y el único desgraciado, la única desgraciada, es quien no descubre lo bello es decir, la sabiduría, el amor sin condiciones en su propio interior. Para vivir en la belleza, habremos de dejar a un lado la soberbia, el orgullo la deshonestidad y el, a fuerza querer tener siempre la razón, los apegos, dejar el resentimiento, los pleitos, la vida superflua, fatua, etc, Gracias a este abandono y a este desapego, puede el alma volverse hacia El y hacerse uno con Él, extasiándose de su belleza amorosa, de su hermosura humilde, de su suavidad que abraza y transforma hasta el corazón más endurecido”.


Vivir en la belleza, en la sabiduría, en el amor sin condiciones y de donde se desprenden todos los talentos, las virtudes, es un viaje que no se realiza con los pies, al menos con los pies físicos, sino cambiando una forma de ver por otra y para ello hay que “despertar” esa facultad que todo el mundo posee, pero de la cual pocos deciden hacer uso.

Tú y yo, ¿qué decido, qué decides ahora mismo?

Necesitamos acostumbrarte a mirar al interior, a retirarte a ti mismo/a y si no te ves aún bello/a, entonces, como el escultor de una estatua que ha de salir bella quita aquí, raspa allá, pule esto y limpia lo otro hasta que saca un rostro bello coronando la estatua, así tú también quita todo lo superfluo, alinea todo lo torcido, limpia y abrillanta todo lo oscuro y no ceses de “labrar” tu propio corazón hasta que se encienda en ti el divino esplendor de la virtud, la bondad, la generosidad, la compasión, la misericordia, la sencillez, la humildad, la obediencia a todo lo que te dignifica y te hace más noble.


Y si poco a poco, con infinita paciencia, a través de toda tu vida, sea corta o larga, si has llegado a ser esto, si has visto esto, si te miras limpio, si disfrutas de estar contigo mismo/a, valorándote, sin tener nada que te estorbe para llegar a ser uno de ese modo con el que es el Amor, y sin tener cosa ajena dentro de ti mezclada contigo, sino siendo tú mismo/a todo entero/a solamente luz verdadera, carente de todo lo que destruye, como respuestas violentas y sin amor, prisas, desesperanza, y te ves a ti mismo/a transformado/a en amor, entonces, confiando en Dios y en ti, te encontrarás viviendo una vida en sencillez, en sabiduría, una vida bella, estable siempre en Él. Y para los demás serás una bendición, una caricia, un abrazo, un tender la mano, una palabra sabia avalada por tu comportamiento, ¡Una belleza!


 

 

Terapia visual de pensamientos sabios 2